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DESDE EL ESPEJO DEL CORAZÓN

                   En el curso de su búsqueda de la “nada”, Shah Naqshiband
               (ﻩﺮﺳ ﺱﺪﻗ) cuidó de los animales enfermos durante siete años; cuidó
               de los hombres enfermos durante otros siete años, y después pasó
               otros siete años limpiado las calles. Shah Naqshiband ha contado
               sus estados y su lucha por la purificación del nafs de la siguiente
               manera:
                   “En los comienzos de mi búsqueda, cuando mi ansiedad
               era muy grande, conocí al gran maestro Amir Qulai, quien me
               dijo: ‘Intenta reparar los corazones. Sirve a los pobres. Protege
               a los corazones rotos. Son gente abandonada por los demás. No
               obstante viven en el estado de perfecta tranquilidad, humildad, y
               desinterés. Ve y encuéntralos.’”
                   Seguí la orden de este gran maestro y trabajé en el camino
               que había trazado durante mucho tiempo. Después, me ordenó
               servir a los animales, curándolos. Me ordenó limpiar y vendar
               sus heridas, sin ninguna ayuda y con sinceridad. Cumplí también
               con esta tarea, siguiendo sus instrucciones al pie de la letra.
               Por aquel entonces mi nafs estaba en tal estado que cuando me
               encontraba con un perro, paraba para dejarle pasar. No podía
               ir por delante de él. Este estado continuó durante siete años.
               Luego me pidió que sirviera a sus perros con lealtad y respeto,
               sin pedirle ayuda a nadie. Dijo: ‘Alcanzarás gran felicidad de esta
               manera.’ Recibí esta orden como un gran regalo. Me esforzaba lo
               más que podía. Entendí el significado de lo que dijo y esperaba
               la buena nueva. Un día fui a atender a uno de los perros. Sentí
               algo en mi pecho. No pude contener las lágrimas, mientras el
               perro levantó la cabeza para mirarme. Era como si fuera Kitmir,
               de los Siete Durmientes. Mientras lloraba, el perro se tumbó en el
               suelo, con las patas hacia el cielo. También lloraba y emitía ruidos
               tristes. Abrí las manos y dije ‘Amin’. Se tranquilizó y volvió a su
               posición normal.
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