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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       campos. Harry Salomón Truman, que exterminó a 94.620 japoneses en unas horas, parece ser
                       que no lo es, pues, al cumplir sus 75 años de edad, dijo que de la única cosa injusta de la que
                       tenía que arrepentirse en su vida era de haberse casado a los 30 años. Si en Dachau mueren
                       unas 25.000 personas en doce años es un genocidio; si los angloamericanos al destruir el
                       «seudoarte europeo de baratija» matan en un por de días de 200.000 a 300.000 habitantes de
                       Dresde y refugiados que dormían en las calles, se considera como una «operación de castigo».
                       Los partisanos que matan a 55.810 soldados alemanes --estadística checa-- son unos héroes;
                       los alemanes que con arreglo a las convenciones internacionales fusilan a esos partisanos o los
                       envían a los campos de concentración son unos bárbaros dignoes de aparecer como tales en el
                       cine. Un judío inocente que muere por hambre o en una cámara de gas evidentemente es
                       asesinado, un hamburgués que arde vivo en un bombardeo con fósforo constituye un
                       lamentable episodio de la guerra. Por ello, como los vencidos fueron los malos, nadie podría
                       pensar en juzgar al mariscal Harris por las 80.000 bombas de fósforo y millones de otros tipos
                       que lanzó sobre Hamburgo entre el 24 y el 27 de julio de 1943, y por los 55.000 muertos que
                       causó el bombardeo.
                            Pocos son ya los que no conocen en la actualidad la historia de la pantalla que parece
                       ser hizo con piel tatuada el comandante de Buchenwald, y que--aunque no apareció--le costó a
                       Koc eI ser juzgado y ejecutado por un tribunal de la S.S. ¿Y qué hacían mientras tanto los
                       norteamericanos? Veamos lo que nos dice uno de ellos, el corresponsal de guerra Edgar L.
                       Jones, en el número de febrero de 1946 de la revista The Atlantic Monthly:

                                     «Nosotros creemos actuar más noble y moralmente que otros pueblos, y, en
                               consecuencia, el estar en major situación para decidir lo que es justo en el mundo y
                               lo que no lo es. ¿Cómo cree la población civil que hemos hecho nosotros la guerra?
                               Nosotros hemos matado a sangre fría a los prisioneros, hemos convertido los
                               hospitales de campaña en polvo y cenizas, hemos hundido lanchas de salvamento,
                               hemos
                                [14] matado o herido a la población civil enemiga, hemos rematado a los heridos,
                               hemos arrojudo en una fosa a los moribundos con los mulertos. En el Pacífico
                               hemos roto los cráneos de nuestros enemigos, los hemos cocido para hacer objetos
                               de mesa para nuestras novias, y hemos escopleado sus huesos para hacer
                               cortaplumas... Nosotros hemos multilado los cadáveres de enemigos muertos, les
                               hemos cortado las orejas y arrancado los dientes de oro para tener "Souvenirs"...»

                            Que los aliados nunca aceptaron el dar explicaciones sobre sus genocidios, lo
                       demostraron los ingleses cuando entregaron hace unos años al gobierno de Adenauer la prisión
                       de Hameln. Al hacer unas reparaciones, los alemanes encontraron los cadáveres de unos 200
                       compatriotas suyos de cuya muerte era responsable la «justicia» militar británica. Inglaterra se
                       negó no sólo a responder de esas ejecuciones sino incluso a facilitar los nombres de las
                       víctimas. Este método, que estuvo muy en boga a partir de 1945, y del cual trata
                       documentadamente el profesor de la Unversidad de Barcelona Llorens Borrás en su obra
                       Crímenes de guerra, le hace recordar a uno aquel famoso parte que un alcalde de Aragón envió
                       al gobierno durante los turbulentos días de la regencia de María Cristina de Borbón: «En este
                       pueblo continúa la matanza de frailes en medio del mayor orden».
                            Ningún tribunal del mundo ha exigido cuentas para lo que sucedió en los procesos de
                       Nuremberg – «la mayor caza del hombre que conoce la Historia», ha dicho Eden – ni por los
                       millones de seres que padecieron la desnazificación, ni por los belgas que a los dieciséis años
                       de terminada la guerra siguen en las mazmorras de este país por el delito de haberse alistado
                       comoa voluntarios en el frente del Este. Caso notable de la «justicia política aliada, lo
                       constituye el del comandante alemán Walter Reder, que gravemente enfermo está encarcelado
                       en Gaeta (Italia) acusado de haber fusilado a centenares de habitantes de Marzabotto. Se ha
                       demostrado plenamente que él jamás estuvo en Marzabotto, y que en dicha localidad nunca
                       hubo tal matanza. Altas jerarquías de la Iglesia italiana, del Vaticano, de la resistencia y
                       280.000 firmas de soldados de varios

                       [15] países europeos han pedido en vano su libertad. Reder no puede ser puesto en libertad
                       porque la «justicia» aliada siempre tiene razón.







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