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RASSINIER : La mentira de Ulises



                                     »Recordamos a las familias de los deportados que el aliado de las fábricas de
                               Weimar que tuvo lugar a finales de agosto no hizo ninguna víctima entre los
                               deportados del campo.
                                     »Recordamos también que la mayoría de los trenes que partieron de
                               Compiègne y de Fresnes en agosto de 1944 se dirigieron a Weimar.»

                            Jean Puissant, que ha citado este texto, le hace seguir de la siguiente apreciación: un
                       monumento de picardía y de mentiras.
                            Evidentemente, está escrito en un estilo benévolo. No se dice en él que en los talleres
                       de Buchenwald las piezas sueltas de mecánica que se fabrican son de armas. No se habla en él
                       de los que son ahorcados por sabotaje, de las formaciones para pasar lista una y otra vez, de
                       las condiciones de trabajo, de los castigos corporales. No se precisa que la libertad del
                       domingo por la tarde está limitada por los azares de la vida del campo, ni que si los
                       sacerdotes reúnen a sus fieles para charlas u oraciones es clandestinamente y con el riesgo de
                       crueles incidentes que el ambiente podría asemejar a complots. Incluso se miente en él cuando
                       se pretende que los deportados se encontraban allí mejor que en las prisiones francesas, que el
                       de agosto de 1944 no ocasionó ninguna víctima entre los internados o que la mayoría de los
                       trenes que partieron en esa fecha de Compiègne o de Fresnes se dirigieron a Weimar.
                            Pero tal como está, este texto se acerca más a la verdad que el testimonio del hermano
                       Birin, especialmente en lo relativo a

                       [168] la alimentación. Y queda el hecho de que es un resumen del reglamento de los campos
                       tal como fue establecido en las esferas dirigentes del nazismo. Es cierto que no fue aplicado.
                       La historia dirá el porqué. Verosímilmente, retendrá la guerra coma causa principal, luego el
                       principio de la administración de los campos por los propios detenidos, y finalmente las
                       alteraciones que sufren todas las órdenes al descender en una administración jerarquizada desde
                       la cima hacia la base. Lo mismo sucede en un regimiento con las órdenes del coronel leídas
                       delante de la tropa por el brigada y cuya responsabilidad en cuanto a la ejecución incumbe al
                       cabo: todo el mundo sabe que en un cuartel no es peligroso el coronel sino el brigada. Así
                       sucede también en Francia con los reglamentos de la administración pública concernientes a
                       las colonias: están redactados en un espíritu de acuerdo con la descripción de la vida en las
                       colonias que hacen todos los maestros de las escuelas de pueblo; destacan la misión
                       civilizadora de Francia y sin embargo hay que leer a Louis-Ferdinand Céline, a Julien Blanc o
                       a Félicien Challaye para tener una idea exacta de la vida que los militares de nuestro Imperio
                       colonial hacen llevar a la población indígena por cuenta de los colonos.
                            Yo estoy persuadido por mi parte de que, aun en los límites impuestos por el hecho de
                       la guerra, nada impidió a los presos que nos administraban, nos mandaban, nos vigilaban, nos
                       encuadraban, el hacer de la vida en un campo de concentración algo que se hubiera parecido
                       bastante al cuadro que presentaban los alemanes, a través de intermediarios, a las familias que
                       pedían informes.


                                                       MALOS TRATOS.
                                     «Yo he visto a mis desdichados compañeros culpables solamente de tener
                                los brazos débiles, morir bajo los golpes que les prodigaban los presos políticos
                                aIemanes elevados al cargo de capataces y convertidos en cómplices de sus
                                antiguos adversarios.» (Página 92.)

                            Sigue la explicación:

                       [169]
                                     «Estos hombres brutales al golpear desde luego no tenían la intención de
                                matar; mataban sin embargo en un acceso de furor placentero, con los ojos
                                inyectados, el semblante escarlata y la baba en los labios, parque no podían
                                pararse: les era necesario llegar en su placer hasta el final.»
                            Se trata de un hecho que desacostumbradamente es imputado por él a los presos sin
                       ningún falso rodeo. Nunca se sabe: es posible que haya individuos que maten «en un acceso




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