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RASSINIER : La mentira de Ulises




                            En Neuengamme conoció a André, que era uno de los primeroas personajes del campo,
                       funcionario con autoridad escogido por la S.S. entre los detenidos. He aquí el retrato que hace
                       de él:

                                     «Estrechamente vigilado por la S.S., especie de lo más desconfiada, se veía
                                obligado a hablar rudamente a los presos, a mostrarse brutal en sus palabras,
                                insensible, inflexible, para poder conservar el papel que había escogido y
                                desempeñado no sin cierta pena. El sabía que la menor debilidad traería consigo
                                una denuncia y su destitución inmediata. La mayoría se dejaban engañar por sus
                                modales, le creían cómplice de la S.S., su protegido, nuestro enemigo. Como él
                                era responsable de las salidas y de la asignación de los puestos, se le acusaba de
                                enviar gente a los comandos,
                       [162]
                                con una indiferencia que más bien era aparente, sin tener en cuenta las súplicas, las
                                quejas, las recriminaciones... Cuando un millar de deportados tenían que salir en
                                comandos y solamente 990 eran encerrados en unos vagones de ganado, no se
                                daban cuenta de todas las artimañas que había empleado André, de todos los
                                riesgos que había corrido para sustraer a diez hombres de una muerte probable... El
                                sabía que era generalmente detestado o sospechoso. Había escogido serlo
                                prefiriendo el servicio prestado, a la estima...
                                     »Tal como vi a André, aceptaba con el mismo ánimo la amenazadora
                                cordialidad de la S.S., el servilismo cómplice de los Kapos y jefes de bloque o la
                                hostilidad de la masa. Yo creo que había vencido la humillación, reemplazando su
                                propia virtud por una especie de helada pureza extraña a él. Renunció a su ser en
                                favor de un deber que ante sus ojos merecía esta sumisión.» (Páginas 167, 168 y
                                169.)
                            De este modo, de dos hombres que cumplen las mismas funciones, uno merece la seve
                       ridad lacónica y el menosprecio del autor, mientras que el otro se beneficia no sólo de su
                       indulgencia aprobatoria sine también de su admiración. Si se profundiza más al leer la obra se
                       entera uno de que el segundo ha prestado un apreciable servicio a Martin-Chauffier en una
                       circunstancia que puso en peligro su vida. Yo no he conocido al capitán Douce en
                       Compiègne, pero es muy probable que, en comparación a André, su única culpa sea la de no
                       haber sabido escoger la gente a la cual prestaba servicios – pues ciertamente, también él tenía
                       sus clientes – y la de tener unos conocimientos literarios demasiado limitados para saber que
                       en su jurisdicción había cierto número de Martin-Chauffieres y el propio Martin-Chauffier.
                            Por otra parte, no está de más añadir lo que este razonamiento postula:

                                     «Yo he admirado siempre con un poco de temor y alguna repulsión, a
                                aqellos que para servir a su patria o a una causa que estiman justa, optan por todas
                                las consecuencias de la duplicidad: o la desconfianza despectiva del adversario que
                                les emplea, o su
                       [163]
                               confianza si les engaña; y la aversión de sus compañeros de combate que ven en él
                               un traidor; y la camaradería abyecta de los auténticos traidores o de los simples
                               vendidos que al verle  asociado a su misma tarea le consideran como uno  de los
                               suyos. Es necesaria una renuncia a sí mismo que me asombra, un artificio que me
                               confunde y me irrita.» ( ). (Página 168.)
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                         Esta cita no está truncada, a pesar de la falta de sintaxis que podría hacerlo creer y que ponen en evidencia las
                       palabras subrayadas. En «El derecho de vivir» del 15 de diciembre de 1950, el señor Martin-Chauffier ha
                       pretendido en los siguientes términos que el texto estaba correctamente escrito: "Es inútil añadir que la falta de
                       sintaxis no existe —una mentira más— sino que un punto y coma introducido por el señor Rassinier   en lugar de los
                       dos puntos que yo había puesto pueden engañar a los que no están muy seguros de su gramática." Pues bien, el
                       señor Martin-Chauffier está persuadido de que un clavo saca otro clavo. Y está demasiado «seguro de su
                       gramática» para que se le pueda contar fácilmente las relaciones que existenentre el verbo y su sujeto o el
                       pronombre y su antecedente. Moraleja: un señor que sale de la Escuela de Archiveros parece ser que no está
                       obligado a saber lo que se exige a un niño de diez años para admitirle en la 6.ª clase. Nada de discutir por discutir,
                       hemos restablecido los dos puntos reclamados por el señor Martin-Chauffier y que una malhadada errata había
                       reemplazado efectivamente por un punto y coma en la primera edición; al lector que vea que esto modifica en
                       algo la cuestión le rogamos que nos escriba (se le recompensará!).

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