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ALTAMAR


                                            Por: Md. María Eugenia Del Salto A.

                  Estoy en medio del mar, es una noche nublada, la luz de la luna ilu-
               mina el desolado alrededor; la boca me sabe a sal y siento el agua fría
               hasta la cara. No sé cuánto tiempo estoy aquí, pero tengo el cuerpo entu-
               mecido, tanto que no puedo mover los dedos de mis manos, las piernas
               ya no responden. Lucho para seguir a flote, peleo para dejar ir el desaso-
               siego, pero mis pensamientos son sombríos, quieren que desista y me
               deje ir. Eventualmente el mar me gana y me hundo.
                  Me despierto asustada, mi pijama está mojada con sudor. Sin querer
               despierto a mi perro que estaba dormido junto a mi, regreso a ver el reloj,
               aún es de madrugada y resulta imposible conciliar el sueño de nuevo.
               Me doy vueltas en la cama, estoy inquieta. En el silencio, escucho a mi
               abuela, en el dormitorio conjunto, levantarse con su andador al baño una
               vez más.

                  Me esfuerzo por recordar la pesadilla, pero los detalles son borrosos.
               Solo conservo el nudo en la garganta.
                  Escucho el trino de los pájaros que vienen al árbol de higo, cerca de la
               ventana; me había dormido finalmente y noto el sol en mi cara que no me
               deja abrir bien los ojos. Siento ahogo, tal como en la pesadilla, entonces
               mido la saturación de oxígeno en mi sangre, la misma que está apenas
               debajo del rango normal, por lo que respiro hondo por un par de minutos,
               para sentir aire en los pulmones y conseguir un poco de tranquilidad.
               Hace cinco días que tengo tos, malestar, pero hoy es diferente, me siento
               peor. Quizás es la sugestión por el resultado positivo para coronavirus
               que recibí ayer.
                  Esta situación de ser juez y parte es ambigua. Hace tan solo unos
               días estaba del otro lado; en mi turno, en el área de aislamiento Covid
               del hospital, vestida con el sofocante traje blanco que cubre todo el
               cuerpo, la mascarilla, las monogafas que aprietan y lastiman después de
               tantas horas, con el recelo recorriendo todo el cuerpo. Junto al equipo
               valorábamos a cada paciente y nos cerciorábamos de que no les faltara,
               al menos, oxígeno, atestiguando el trabajo de todo el personal de en-
               fermería, que hacían los imposible para que los enfermos se sientan lo
               más cómodos posible. Sin embargo, como ocurría en todas las guardias,
               siempre había uno o dos que, a pesar de todos los esfuerzos, requerían
               Unidad de Cuidados Intensivos. Quisiera decir que siempre se conseguía
               cama, y que hay lugar para todos durante una pandemia, pero no es así.
                  La profesión me demanda ser lo más objetiva posible, sin deshuma-
               nizar a la persona que tengo al frente, quien indudablemente es padre,


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