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la peor de las preguntas posibles en ese momento: “¿Cómo estoy?” me
consultó. Vale decir que ella conocía su caso de inicio a fin, con las dosis
de antibióticos recibidas, todas las pruebas de laboratorio realizadas, así
como los resultados de imagen.
Conocía la verdad imposible de acomodar, pero muy decidida y llena
de valor me dijo: “¡Sé que estoy mal, muy mal! Estoy clara que ni la
diarrea ni el vómito se van a detener por la gran cantidad de medicación
que estoy recibiendo, así como reconozco que la respiración no mejo-
rará porque mi cuerpo ya no puede más; sin embargo, sé que yo puedo,
soy fuerte y no quiero morir. Quiero seguir luchando, no me deje partir.
¡Prométame que no me va a dejar morir! Soltó mi mano. Con los ojos
brillosos, repleta de nostalgia, no supe que decir, y con las justas atiné
a contestarle de esta manera: “Le prometo que lo haré. Estaré aquí al
pie del cañón junto a Usted. Su fortaleza es la base, así que pronto todo
estará mejor y este dolor terminará”.
Me retiré rápidamente de sus aposentos, a respirar profundo, con-
teniendo esa devastadora mezcla de impotencia e ira que recorrían mi
cuerpo entero. Necesitaba entender qué es lo que ella, como varios, re-
querían de mí como médico, y al mismo tiempo comprender qué es lo
que Dios quería para mí y cuál es el propósito a través de enfrentar mo-
mentos como este.
Apenas más tarde, casi enseguida, recibí un grito escalofriante de
la enfermera, diciendo: “¡Código Azul , Doctora!”. Sí, ella, había en-
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trado en paro cardiorrespiratorio, dejó de respirar y de luchar, mientras la
muerte, cómodamente a su lado, esperaba el desenlace para llevársela y
aumentar un nombre más a su lista.
Veinte minutos estuvimos peleando contra aquella misteriosa pre-
sencia, brindando asistencia médica y cumpliendo con el proceso de re-
animación; sin embargo, con un chasquido de dedos, la muerte dio por
finalizada la batalla y se la llevó. La tristeza me inundó, el descontrol se
apoderó de mi ser y de rodillas caí al piso, sintiendo el profundo dolor
causado por no poder cumplir con la promesa hecha y la palabra dada.
Me seguiré preguntando el resto de mi existencia, si algo más pude
haber hecho al respecto. No tendré respuesta en el mundo terrenal, y vi-
viré con ello hasta que a mí también me toque acompañar a la que viste
de negro y lleva un haz en su mano. Estoy segura de que, al encontrarnos,
sin necesidad de que le pregunte, me contestará.
Mientras tanto, a darlo todo, vivir a plenitud, y a ejercer la profe-
sión con mucha más fuerza y convicción. Ese día, cambió mi vida para
siempre, y el propósito fue revelado. Hasta volvernos a encontrar.
1 Se hará por la persona que presencie el caso de un paciente en paro cardio respiratorio. La activación de este
código permite la rápida reunión de los miembros del equipo de reanimación
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