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tacto social?” “¿Es preferible contagiarse de Covid-19 respecto a vivir
en un entorno de violencia intrafamiliar diaria?” “¿Qué hacer cuando
el único lugar, supuestamente seguro, no lo es?”
Estas y varias otras preguntas se repiten en el mundo a cada minuto
mientras el coronavirus se expande. Desasosiegos en el núcleo familiar,
especialmente en las mujeres, inmersas en una pandemia silenciosa,
siendo una de las transgresiones más profundas al derecho humano: la
violencia doméstica. Este flagelo afecta a cualquier familia, sin distinción
de etnia, grupo social, economía, ubicación geográfica o nivel cultural.
Por si fuera poco, trae consigo diversidad de contextos: violencia física,
psicológica, sexual, económica y simbólica, que se presentan separadas o
en conjunto, a diferentes escalas, derivando en la fragmentación psicoló-
gica de los miembros maltratados o abusados.
Constituye un problema de salud pública ya que sus consecuencias se
reflejan en problemas de salud, empezando por disminución de la calidad
de vida, lesiones, enfermedades, discapacidad y muerte. Además su aná-
lisis concluye que es un fenómeno predecible; y, por lo tanto prevenible
con el objetivo de favorecer su disminución. En este ámbito, es necesaria
una labor más amplia de los profesionales de la salud, colaborando con
las autoridades e instituciones judiciales, para que desarrollen activi-
dades de manera conjunta a través de métodos, técnicas y conocimientos
estandarizados.
En mi práctica profesional, antes de formarme como médico legal,
tuve contadas ocasiones en las que observé a esta clase de víctimas. Los
pocos casos, se referían a mujeres agredidas por sus esposos, niños mal-
tratados por padres o padrastros que al acudir con una lesión leve fueron
referidos a una entidad judicial y clínicamente no se resolvió de alguna
manera.
El panorama cambió durante mi formación de posgrado y ahora en
mi vida profesional como médico forense. Los casos de violencia intrafa-
miliar suceden a diario, con los casos conyugales llevando el estandarte,
entre esposos, novios, ex parejas, donde las víctimas son del género fe-
menino. También he observado varios casos entre hermanos, progeni-
tores e hijos, maltrato infantil y al adulto mayor.
Si bien, existen estadísticas brindadas nacional, regional e interna-
cionalmente; estas cifras no corresponden al número real de afectados y
esto se debe a que no todos los casos son judicializados; por el contrario,
muchas de las víctimas prefieren no denunciar por miedo al agresor, a las
opiniones familiares, a perder la dependencia económica de la víctima
con el agresor, o peor aún, porque la víctima ha caído en el círculo vi-
cioso de la violencia.
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