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UNA TAZA DE MANZANILLA
Por: Md. Cyndi Maribell Torres Jaramillo
Existen días que pensamos jamás llegarían, miramos como una utopía
el vivir esta realidad. Ser médica ha dejado desde mis inicios del ejercicio
profesional una serie de anécdotas, las cuales siempre han beneficiado
mi crecimiento personal; muchas de ellas han marcado mis días y se han
convertido en historias para compartir.
El momento en que piensas que una pandemia solo se describe en
la literatura como esa propagación silenciosa y capaz de finalizar una
civilización, aún sin medir la dimensión, se convirtió en realidad. Pensá-
bamos no vivir estos momentos, pero el estar al servicio para lo que nos
preparamos, juega mucho el valor, la vocación, lo profesional y la acción
en el campo de batalla. Durante estos meses he vivido muchos momentos
de angustia, dolor y desesperación, así como momentos de felicidad y
satisfacción, por lo que puedo asegurar que hay muchas historias que el
personal de primera línea ha vivido en esta pandemia y constituyen he-
chos de valor incalculable, que merecen la pena ser relatados.
Mi historia similar a la que supongo que muchos de mis colegas lo-
graron vivir, es algo que puedo contar todos los días, porque al referirme
a la sonrisa discreta de mi señora bonita, como ahora yo le llamo, luego
de sus días de hospitalización por un Covid-19 moderado, es un recuerdo
que en mi memoria trasciende. Durante esos días luego de mencionarle
que tenía un tratamiento para los síntomas digestivos que estaban oca-
sionado que su cuadro sea más intenso, le comenté que todo estaba bajo
la terapéutica correspondiente, a lo que ella respondió: “Solo me curará
una taza de agua de manzanilla”. No cabe duda de que jamás refutaría
esa aseveración, pues pedí que le dieran la infusión para que la tome
con gusto, mientras empezamos una dulce y tranquila conversación sobre
cómo estaría feliz en su casa pronto, pues su preocupación por sanar so-
brepasaba su edad.
En lo personal no tengo recuerdos cercanos de mis abuelos, dado que
fallecieron en mi infancia, aún menos de bisabuelos, y el escucharla me
hacía sentir muy confortada. Su voz no se apagaba como temía, pero
sentía su angustia al estar ahí, y que con el pasar de las horas se desani-
maba, es por eso por lo que me quedé escuchando a detalle los múltiples
beneficios medicinales de la infusión que anhelaba beber cada ocho horas.
El diálogo continuó con temas de su infancia y un lugar muy mágico, de
un cielo cálido muy celeste, con atardeceres en los que, muchas veces, el
sol aún al ocultarse sentía imponerse, pero también con un invierno muy
frío que hacía parecer a su pueblo un lugar escondido y poco habitado,
logrando así tener muchos sobrenombres. Me pareció cómico el nombre
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