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Quiero contar también el punto máximo de brillo en una de las horas
más oscuras de mi vida, puesto que en varios momentos sí pensé que
moriría. A través de la magia de las redes sociales, conocí a un príncipe
azul en su hermoso corcel blanco; al menos así lo imaginé. Fue mi gran
compañero durante toda la cuarentena, se convirtió en mi rutina, en mi
amigo, en mi luz al final del túnel. La tecnología es este ente mágico
que nos hace sentir cerca de las personas en un instante, más cuando no
podía tenerlo de manera física. Se convirtió en mi pilar, en mi punto fijo,
en la motivación que necesitaba, tanto que me decía a mí misma, como
un mantra: “De esta salgo, porque nos veremos en persona”. Siempre le
agradeceré.
El sentido del olfato lo recuperé en la última semana de abril; y, en
mayo, el día de mi cumpleaños recibimos la buena noticia de que el re-
sultado de los exámenes era negativo. ¡Lo había superado!; por lo tanto,
mamá podría volver a casa. Sí, obviamente no me permitieron soplar las
velas del pastel.
Regresé a la consulta, con el cansancio que aún se mantenía. La en-
trada y salida de pacientes sucedía de manera acostumbrada, seguíamos
en pandemia. Sin embargo, uno en particular llamó mi atención. Era un
hombre de unos cuarenta años, quien tenía tos seca imposible de detener;
inevitablemente me recordó aquel sábado espantoso, y la dificultad para
respirar; por lo tanto, prescribí urgente medicación y órdenes de exá-
menes; con una sonrisa detrás del cubre bocas, le indiqué que volviera
cuando tenga los resultados. Cerré la puerta tras su salida y me faltaba el
aire así que tomé unos minutos para mí, buscando calma, antes de conti-
nuar con el siguiente.
El Covid-19 nos cambió a todos. Es un hito histórico que definirá a
varias generaciones y nos enseñó sobre la fragilidad de la salud. Aunque
no todos son o fueron finales felices; y a veces los príncipes azules en
realidad son lobos feroces, está en nuestra naturaleza humana elegir lo
bueno de cada situación. Nos enseñó también que un “No” sí hace la
diferencia y que la vida es una gran aventura, de inicio a fin.
Solo vivimos una vez, pero amamos muchas veces, todos los días,
de manera distinta y con intensidades diferentes. Aprendí que los malos
tragos, por muy amargos que sean están para recordarlos siempre, como
aprendizaje, más no como definición, pues yo construyo quien quiero ser.
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