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compañeros. Todo era más agobiante desde que la crisis empezó.
               En la entrega de guardia, el grupo que permaneció de turno durante el
            día anterior comenta el estado actual de los pacientes hospitalizados, las
            tareas pendientes y otras novedades. De esta manera, tras una larga jor-
            nada de trabajo, ceden el puesto de batalla al grupo entrante y se dirigen a
            sus hogares a descansar; a ver a su familia y a prepararse para el siguiente
            asalto de esta dura pelea contra la enfermedad.
               Aunque la sensación de ansiedad que se genera en cada uno de noso-
            tros antes de evaluar el estado del paciente existe, se debe priorizar una
            actividad que no podemos olvidar, que requiere un tiempo prudencial y
            toda nuestra atención: la colocación de los equipos de protección per-
            sonal, un proceso que si no es realizado de forma correcta repercutirá en
            el estado de salud de los pacientes, del personal que nos acompaña, de
            nuestros familiares y el propio.
               Tras haber realizado todos los pasos adecuadamente y portar todo el
            equipo necesario, se puede sentir que nuestro cuerpo es más pesado. La
            mascarilla incrementa la necesidad de oxígeno y se hace presente una
            ligera sensación de claustrofobia. Sin embargo, al pasar los minutos des-
            aparece lentamente.

               Al entrar, veo a uno de mis compañeros del turno anterior al lado
            de Hernández. Con sus piernas extendidas en una silla y con un notable
            cansancio, había esperado a que entremos. El paciente se encontraba co-
            nectado a un monitor de signos vitales, a una bomba de infusión de me-
            dicación y a la toma de oxígeno mediante una mascarilla de ventilación
            no invasiva, la cual le aportaba la mayor cantidad posible de litros de oxí-
            geno por minuto; un escenario que ya habíamos visto en otras ocasiones.
               Dentro de la medicación que recibía, estaba un esquema de opioides,
            el mismo que le ayudaba a disminuir la disnea y el dolor ocasionado
            por la mascarilla, ya que esta puede llegar a ser insoportable debido a la
            presión que ejerce sobre el rostro. Me acerqué para evaluar su estado y
            a examinarlo, algo que se había convertido en una actividad complicada
            debido a los equipos de protección.

               Si bien el deterioro que tenía era importante, su nivel de alerta es-
            taba conservado y era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.
            La mascarilla no le permitía hablar con tranquilidad, pero mientras la
            ajustábamos me dijo que aún tenía fuerzas para seguir un poco más y,
            levantando el pulgar derecho, acotó que seguiría luchando, una señal que
            nos mantendría a todos con ánimo para continuar durante la guardia; a la
            espera de que existiera un espacio en terapia intensiva.
               El trabajo fue extenuante y el tiempo transcurrió rápidamente. Sin
            darnos cuenta eran las 21h00 y como rara vez, había silencio en toda

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