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Como si algo faltara, la pareja del hombre llevaba ya varias horas, y
               no pocas, esperando en el vehículo, puesto que ninguno de los dos pensó
               que la situación tomaría otro rumbo. Vale decir que la chica tampoco
               sabía conducir y la batería del automóvil se había descargado.
                  En la espera, decidió comentarme más detalles de su vida personal,
               como por ejemplo, que se había cambiado de residencia porque le gus-
               taba el clima cálido y estaba convencido de que era una nueva oportu-
               nidad para iniciar su vida. Dos horas de conversación y la ambulancia,
               que debería haber llegado hace largo rato, no apareció; por lo tanto, la
               jefa del turno solicitó al conductor de la ambulancia institucional que
               cumpla con el traslado, quien con miedo, se rehusó pero terminó hacién-
               dolo luego de recibir la orden de parte del director del hospital.
                  Había que preparar el vehículo, y a sus tripulantes, con lo que dis-
               poníamos, ya que no había equipos de protección personal completos.
               Como yo llevaría al hombre, mis compañeros elaboraron zapatos, gorras
               y otras prendas, para buscar el mismo efecto de resguardo, al momento
               de usarlas. Ahora el miedo era mío. Cumplido el proceso, con el reloj
               marcando las cuatro de la madrugada, iniciamos el viaje. Aquel hombre
               sentía que el estar contagiado era karma porque se separó de su esposa
               y sus hijos habían quedado afectados, se sentía más culpable que horas
               atrás cuando llegó a la consulta.
                  Muchas personas ven la enfermedad como escarmiento a los errores
               que han cometido en la vida; para mí, es una oportunidad de vida.
                  Ya en el hospital de destino, se acercó una doctora a indicar que de-
               bíamos esperar a que se libere emergencia general para poder bajar al
               paciente e ingresarlo. Cerré los ojos unos minutos y el sueño se apoderó
               de mí; asustada desperté y mi acompañante también dormía, lo cual fue
               bueno porque así sus emociones alteradas desaparecerían. Una hora me
               había dormido, y esperamos una más para cumplir con el procedimiento.
                  Recorrimos los pasillos y cuando alguna persona nos veía con un traje
               diferente al habitual, cambiaban de ruta o se escondían evitando acer-
               carse, pero no me importó la espera, el frío, el hambre, ni las miradas ni
               gestos de rechazo pues llevaba conmigo la gran responsabilidad de salvar
               una vida.

                  Le realizaron una tomografía al paciente en la que se evidenció al in-
               filtrado en ambas bases pulmonares, cosa que no sucedió ni en el examen
               físico y tampoco en la radiografía de tórax. A la brevedad le asignaron
               una cama en el área de respiratorios y justo antes de entrar al cuarto, me
               preguntó si esta enfermedad traería dolor y sufrimiento, porque de ser así,
               prefería morir.





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