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ción médica internacional. Resulta complicado imaginar menos luego del
            sacrificio, crisis existenciales, desvelos y ganas de tirar la toalla.

               Inicio en un hospital privado de mi ciudad natal, buscando ofertas
            de próximos posgrados sobre la marcha. Cual juego de ajedrez, calculo
            todos los movimientos financieros por hacer, para inscribirme a uno de
            ellos, y posterior subsistencia. Capaz y me toca vender mi alma a un
            banco para los fines pertinentes. En todo caso, empleo, sueldo y nuevo
            año, son causales de optimismo y sonrisa para empezar a ejecutar el plan,
            tal como está diagramado.
               De golpe, inicia en oriente una enfermedad, cuyo origen se atribuía a
            hábitos y costumbres de dichos lugares. Como de práctica, al más puro
            estilo latino al leer la noticia, el primer pensamiento es “No ha de pasar
            nada” y el comportamiento, sordo y ciego se mantiene, respecto a lo
            que sucede alrededor. Para completar, las autoridades de salud declaran
            pandemia ante la veloz expansión del virus por el viejo continente, sin
            demorar mucho más tiempo en llegar a toda América.
               Se propaga, cual fuese una copa de vino que se desparrama sobre un
            libro de Márquez, causando histeria colectiva acompañada de síntomas
            escondidos en el corazón humano como la mezquindad, el egoísmo y la
            hipocresía. Se vaciaban las estanterías de los supermercados, como si el
            apocalipsis iniciara, y sólo se salvarían los que más rollos de papel higié-
            nico tuvieran en su poder.
               La intransigencia se extendió hasta el lugar de trabajo, puesto que
            las estrategias preventivas presentadas junto a los compañeros, a mirada
            del dueño no eran necesarias porque afectaban su bolsillo, consideradas
            como despilfarro y exageración. Ante esto, elegí apartarme, a varios kiló-
            metros de distancia, pues una guerra sin armas estaba a punto de empezar
            y de cualquier manera estaría en el frente.
               En el nuevo destino, una ciudad calurosa y nada conocida, la noche
            pasó como un suspiro; la entrevista, tan corta como las preguntas evalua-
            tivas: “¡Contratado!” fue la primera palabra que escuché, y en lo que me
            demoré en reaccionar, “¡Hoy empieza!”. Estaba absorto, sin tiempo de
            responder. Apenas con tres mudadas de ropa, un cuaderno y una maleta
            llena de silencio empezó todo. Estaría en el área emergencia, ese era “el
            trato” pero la aventura iría más allá, y una llamada telefónica dispuso que
            mejor estaría en la Unidad de Cuidados Intensivos. Sin un lugar donde
            dormir, con un calor asfixiante, en una tierra de extraños que te miran,
            solo pensaba en saciar mi sed.
               Bordeaban las 5h30, sin apetito ni cansancio; mi espíritu aventurero
            absolutamente activo y despierto, explorándolo todo. “¿Usted es la nueva
            contratación?” – fue la pregunta inicial, que apenas con un movimiento
            afirmativo de mi cabeza fue contrapuesto a la situación. Parecía estar en
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