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En una parte del trayecto, retenes policiales. Me sobresalté por un
               momento, pues por mi mente pasó la idea que no tenía salvoconducto
               para circular, pero estaba manejando una ambulancia y no lo necesitaba.
               Sonreí hacia adentro y continué. “Buenas noches, siga por favor” me
               dijo el oficial. “Buenas noches” le respondí con solemnidad mientras
               avanzaba. En los siguientes ya fue entretenido pasar saludando, mano
               alzada, con el sonido del claxon en funcionamiento. Llegamos al hos-
               pital, nos despedimos del paciente, quien para sorpresa nuestra sonreía
               como un niño ante tan particular experiencia de pasar los controles sin
               dificultad, como si fuéramos dueños del carretero. Un momento único.
                  Y así cada día trajo nuevas experiencias, tanto, que estas líneas me
               resultan cortas para plasmar todo lo vivido.
                  En una noche de esas, frías y silenciosas, en el que el sonido de los
               grillos destacaba, la puerta de emergencia se abrió de manera repentina
               y una chica gritaba “¡Auxilio, ayúdenme por favor, mi mamá se muere!”
               Exclamó la hija entre gritos y llantos desgarradores, junto con un raudal
               de lágrimas imparables que inundaban sus mejillas. La mujer a su lado,
               de una avanzada edad, estaba retorcida sobre si misma tosiendo e inten-
               tando inhalar una mínima de aire sin éxito, generando un quejido grave
               de esos que penetran y retumban en el cerebro y en el corazón, sus facies
               estaban pálidas con un espectro espeluznante y en sus ojos casi ya no se
               divisaba ese halo de brillo; su vida se estaba apagando.

                  Enseguida camilla, interrogatorio, examen físico; todo el equipo nos
               ensimismamos en una guerra contra la muerte; de un lado de la cortina
               luchábamos con todas nuestras fuerzas para salvar esa vida, del otro lado
               se escuchaba el llanto expectante de los familiares. Pese a todo lo que hi-
               cimos llegamos al punto que nadie desea y al que todos tememos, a pesar
               de todos nuestros innumerables esfuerzos la vida en los ojos de aquella
               mujer se había apagado, perdimos la batalla; venía una parte igual o aún
               más dolorosa; en consecuencia, uno de los compañeros procedió a comu-
               nicar la noticia a los acompañantes de la señora. Silencio sepulcral, incó-
               modo, que se rompió tras el estallido de gritos de dolor por lo sucedido.
                  Ese es el problema con este virus, y lo que implica para todos de una
               manera diferente. En algunos casos, los portadores ni siquiera presentan
               sintomatología, quizás algo leve que pasa desapercibido, pero en otros es
               agresivo, inmanejable y termina en el fatal desenlace. Por lo tanto, esta
               situación no se trata sólo de Usted que lee esto, o de mí, sino de a quienes
               se puede afectar, por desconocimiento, con las consecuencias descritas
               anteriormente.  No esperemos que un ser amado fallezca para entrar en
               conciencia; protegernos entre todos no es tema de caridad, es un tema de
               responsabilidad y humanidad.




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