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CRÓNICAS DE UNA RURAL EN MEDIO DE
LA PANDEMIA
Por: Md. Lisseth Sánchez Garzón
Meses atrás tomé vacaciones del trabajo como médica rural, para
compartir con la familia, siempre necesario.
– ¡Hey!, ¿Usted que lee esto está pensando que se tratará de una his-
toria más de dicha experiencia? ¡Le aseguro que no! Lo invito a conocer
una pequeña parte de mi vida, con experiencias que me impactaron tanto,
que le aseguro que le pasará lo mismo a usted. Continúo.
Después de aquel merecido descanso, estábamos en el aeropuerto,
listos para cumplir con el retorno. En la televisión, a lo lejos, la presen-
tadora hablaba sobre un virus respiratorio que se expandía desde Asia
rumbo a Europa, y que parecía haber llegado al norte del continente ame-
ricano, mientras el movimiento en la terminal era el de siempre: cada
quien, en su rutina, largas filas de viajeros, abrazos interminables, fotos
de bienvenida, lágrimas ante la partida. El distanciamiento, en concepto
y aplicación, aun no existía.
Los días continuaron y me integré al trabajo, laboraba en el área de
emergencias del centro de salud. En el devenir, semanas después, las au-
toridades locales informaron que se había detectado el primer caso en el
país. El nuevo coronavirus había llegado, situación que pronto derivó en
la declaración de emergencia sanitaria local, mientras los más altos diri-
gentes de la salud mundial declaraban al planeta en pandemia.
¿Pandemia?, Sí. ¿Acaso Usted que está leyendo esto se imaginó vivir
una situación como esta, alguna vez? Le cuento que yo no, ni en el sueño
más agobiante que podría ocurrir; sin embargo, es así. Y aunque aún no
lleguemos al final de esta pandemia, y nuestras vidas se hayan visto mar-
cadas por un antes y un después, estoy segura de que estos relatos ser-
virán para compartir a las siguientes generaciones.
Como equipo de trabajo, el mejor del mundo sin exageración, nos
vimos obligados a modificar todo nuestro entorno al tiempo de aprender
algo nuevo, desde cero. Cambió el modo de vestir y en momentos lle-
vamos hasta tres ternos puestos, más batas, zapatones, gorros, gafas,
guantes, visores, mascarillas; esta última infaltable en el atuendo coti-
diano general y más en nuestro caso; pasamos a lucir como astronautas,
donde la única parte visible eran los ojos. Lo gracioso es que, cuando me
cruzaba con algún colega en el pasillo, lo saludaba con una sonrisa, como
siempre, como si ésta pudiera verse detrás de todo el combo de protec-
ción. Segura estoy que a todos les pasó lo mismo. Pasos más adelante, la
pregunta recurrente era: ¿A quién saludé? Era difícil reconocernos.
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