Page 244 - Libro_Sars_Cov_2_Digital
P. 244

Desde lo personal, agradecía dos cosas; la primera, vivir sola y lejos
            de mi ciudad de origen, lo que me daba la tranquilidad de que, si me con-
            tagiaba, mis seres queridos no estarían en riesgo, aunque claro, la preocu-
            pación siempre era un sentimiento latente; y la segunda, haber conocido
            a una persona maravillosa, mi ángel guardián, quien junto a su esposo y
            amigos, se convirtieron en mi nueva familia.
               Algunos guerreros y guerreras de esta lucha se contagiaron, y mien-
            tras cumplían  el aislamiento  obligatorio,  su ausencia  era tan palpable
            como angustiante; además, la idea de perder alguno, era dolorosa e im-
            pensable. La buena noticia es que todos se recuperaron.
               Con la llegada ya de pacientes con este nuevo virus y la continua
            atención de los mismos, nos bautizaron como “La Guardia Covid” y a
            mí como “La Doctora Covid” dado que, desde la primera vez que llegó
            un paciente  con probable diagnóstico, siempre coincidimos el mismo
            equipo examinador, de traslado y acompañamiento, al referirlos a casas
            de salud de mayor nivel de atención. El proceso se repitió en innumera-
            bles ocasiones.
               Una de esas veces, el paciente estaba listo para la referencia y cupo
            confirmado, pero sin conductor para la ambulancia, pues todos se en-
            contraban ocupados transportando otros casos. En la angustia, una licen-
            ciada, con su especial acento manabita, me preguntó si yo sabía conducir.
            “¡Sí mi Licen!” contesté un tanto curiosa y desconcertada. “¡Ya pues mi
            Doc! Maneje Usted y llévelo”, sugirió con cierta picardía.
               Me quedé en blanco, pues no quería dejar solo a mi compañero de
            guardia ya que la demanda de pacientes era muy alta, analicé la situación
            y me di cuenta que mi horario de trabajo había terminado y los colegas
            del nuevo turno acababan de llegar, entonces el área de emergencia no
            quedaría descubierta. “¡Listo se armó el viaje!” – respondí con toda la
            adrenalina que sentía ese momento. “Por favor Licen, ayúdeme consi-
            guiendo las llaves del vehículo mientras llamo a mi jefa a pedir auto-
            rización” le dije. No se demoró en tenerlas mientras la autorización me
            fue otorgada; en consecuencia, como una heroína de película, con voz
            firme le indiqué: “¡Licen, tenemos luz verde! Subamos al paciente y nos
            fuimos”.
               Al viaje me acompañó una licenciada que, aunque bajita de estatura,
            siempre causa revuelo con su inocente picardía. Emprendimos el camino
            bien entrada la noche. Como no había viajado a casa desde hace ya varios
            meses, me llamó la atención la cantidad de vallas colocadas en las carre-
            teras, debido a las restricciones de circulación, las mismas que resaltaban
            entre las luces apagadas y la desolación general, mi corazón se encogió.
            “No había un alma” como dice el adagio popular; era evidente que la
            pandemia nos había golpeado.

              244                                     Regreso al Indice
   239   240   241   242   243   244   245   246   247   248   249