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RELATO EN PANDEMIA


                                                        Por: Md. Amy Armijos

                  La pandemia que estamos viviendo actualmente es una expansión del
               brote de SARS-CoV-2 que se originó en Wuhan, China. En Ecuador se
               reportó el primer caso de contagio el 29 de febrero del 2020, iniciándose
               el caos. Muchos empezaron a contagiarse, los hospitales colapsaron y
               los servicios de salud se desbordaron; escasearon insumos y en cierta
               manera se creó una nueva modalidad para acceso a una cama o un venti-
               lador. Para los médicos vivir esta pandemia fue un desafío, pues manejar
               la ansiedad, impotencia, frustración, miedo, culpa y tristeza, al mismo
               tiempo, fue difícil.
                  Estábamos expuestos a un virus totalmente desconocido, en estudio,
               sin tratamiento específico ni vacunas para el mismo. Lo único que se
               conocía era el número de decesos y el sufrimiento que estaba provocando
               mundialmente, por lo que muchos miembros del personal de salud deci-
               dieron separarse de su familia, alquilar departamentos y vivir solos para
               evitar el contagio de sus seres queridos.

                  Mi experiencia inició a puertas de marzo de 2020. Junto a mi mejor
               amiga nos encontrábamos de turno al momento en que llegó una mujer,
               desmayándose en la puerta, con epistaxis y dificultad respiratoria. De
               inmediato le brindamos la atención de emergencia, sospechando dengue
               por sus cualidades y la localización geográfica del centro de salud. Lo-
               gramos estabilizarla pero seguía descompensándose, el tiempo corría a
               toda velocidad, entonces la referimos a un hospital, puesto que en nuestra
               casa de salud, tipo B, la capacidad resolutiva es limitada.
                  A mitad del mismo mes, las dos empezamos a tener cefalea. Con-
               sideramos que era producto del cansancio o del estrés, pero al pasar de
               los días aumentaba en lugar de desaparecer, y el resto de síntomas apa-
               recieron: diarrea, fiebre, amigdalitis, dolor articular, pérdida de gusto y
               olfato; nos manteníamos con tratamiento sintomático. Le dimos segui-
               miento a la paciente que habíamos atendido, y nos manifestaron que fue
               diagnosticada con neumonía, con el cuadro complicándose con el pasar
               de las horas. Sabíamos que la probabilidad de contagio era muy alta, y
               ahora los nervios entraban en juego.

                  Llamamos al jefe del centro de salud para que nos ayude a conseguir
               pruebas para hisopado nasofaríngeo para SARS-CoV-2, dado que eran
               escasas en aquel momento, y no se las realizaba a menos que sea un caso
               específico que lo requiera. A fin de marzo nos sometimos al examen, y en
               los primeros días de abril nos notificaron con el resultado positivo para el
               nuevo virus. Ese día cambiamos de lugar, de médico a paciente.


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