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Compilación
que siguieran al ejército. No me dio permiso, pero me aparecí en la retaguardia
para asistir a los soldados que desde entonces comenzaron a llamarme “Madre de
la Patria”. Finalmente, a pesar de mis prevenciones disciplinarias y religiosas,
Belgrano me admitió y me nombró capitana del Ejército del Norte.
Con cerca de 60 años, terminada la guerra, volví a Buenos Aires solo para
convertirme en una mendiga que trataba de sobrevivir vendiendo pasteles y
recogiendo la sobra de la comida de los conventos.
Me rebele contra lo que parecía un destino cantado y en 1826 inicie una gestión
solicitando una pensión en compensación de mis servicios a la patria y por la
pérdida de mi esposo y mis hijos.
He quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando.
Tengo derecho a la gratitud argentina.
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