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Bandera Nacional de la Libertad Civil


                                                                          E.E.P.A N° 709 - U.P N°32


                                                      Yo Parda.



                     Yo, María Remedios del Valle, a pesar de que me borraron hasta ahora de la
                  memoria, les cuento que…

                  Nada de indios, nada de negros. Pero hubo un problema inesperado que debieron
                  superar y lo hicieron rápidamente: El padre de la Patria San Martín, aunque antes
                  había sido Bernardino González Rivadavia gracias a la influencia de Bartolomé
                  Mitre. Sobre San Martín pesa alguna duda sobre sus verdaderos ascendientes, se
                  sostiene que  era  hijo de  una indígena, y don Bernardino no era  de “raza pura”.
                  Pero la “madre de la patria” era una negra, una “parda” como se decía entonces
                  de  acuerdo  con  la  clasificación  de  castas  para  diferenciar  a  los  negros  de  los
                  mulatos, que se designaban como “morenos”.

                  La república modelo de Sudamérica, que tenía el nombre de la rutilante plata de
                  Potosí, el metal blanco, no podía tener una madre negra. Había que esconderla y
                  la escondieron sin remordimientos.

                  Es  por  eso  que  no  me  encuentran  muy  fácilmente.  Fui  capitana  del  ejército  del
                  Norte  de  Manuel  Belgrano,  participante  de  la  resistencia  en  las  invasiones
                  inglesas,  esposa  de  un  muerto  en  guerra  y  madre de  un  hijo  propio  y  de otro
                  adoptivo que sufrieron igual destino, pero yo logré escapar por casualidad.

                    Fui auxiliar en las invasiones inglesas y acompañé después de la revolución de
                  1810 como  auxiliar y combatiente al ejército  del Norte en toda la guerra de
                  Independencia. Me gane a fuerza de coraje y arrojo en la batalla, y de entrañable
                  cariño por los enfermos, heridos y mutilados en combate, el título de “capitana” y
                  de “madre de la patria” como empezaron a llamarme los soldados caídos y luego
                  repitieron los generales.

                  Durante  la  segunda  invasión  inglesa  al  Río  de  la  Plata,  auxilie  al  Tercio  de
                  Andaluces, cuerpo de milicianos que defendieron la ciudad.

                  El 6 de julio de 1810 Me incorporé a la marcha de la sexta compañía de artillería
                  volante del regimiento de artillería  al  mando del capitán Bernardo Joaquín  de
                  Anzoátegui, acompañe a mi marido y mis dos hijos, que murieron en la guerra.

                  Y seguí sirviendo en el ejército como auxiliar durante el avance al Alto Perú, en la
                  derrota de Huaqui y en la retirada que siguió.

                    El día anterior a la batalla de Tucumán me presentó ante Belgrano para pedirle
                  me  permitiera atender  a los  heridos en combate. Belgrano había superado su
                  fama de señorito ganada con sus prendas escogidas adquiridas en Europa y su
                  voz aflautada, gracias  a su espíritu de sacrificio  y su compenetración  con las
                  necesidades de la tropa. Tenía fama de severo y no admitía por disciplina mujeres

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