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Nuevas voces

Condenados de la verdad
Narviel Hernández, Manicaragua, Las Villas, Cuba, 1985

El mundo lleva la alforja de la verdad debajo del brazo,
cada misterio es tributo de la ignorancia.
Si las plantas de los pies fueran gigantes
no importaría lo efímero del paso por la vida‐
no habría distancias entre los confines de la tierra‐
podríamos ir por los códigos tatuados en luz que corren en cortinas de vientos‐
cautivos en cifras a la espera de ser devaladas en una carrera de alpinismo
donde aguarda la cumbre de la montaña,
en su anónimo milenario, su soledad,
mirando con sus ojos el equívoco de la filosofía y la ciencia.
Tal vez iría por los parpados de un sabio
que lánguidos de certezas naufragaron en el polvo de un libro.
Por el filo que hiere en excusas la mesa del pobre.
Por el erguido pulgar del césar que simulaba benevolencia.
Por lo cifrado en la sangre‐ que ha levantado barricadas en cada palmo de historia
y nos ha dividido en razas que van mas allá del color y la textura de la epidermis,
de continentes y fronteras.
Andaría entre ciclos y migraciones de aves‐
entre fases de luna y la complicidad con las semillas que fecundan sus lágrimas.
Vestiría los brazos como un ĺcaro para penetrar la luz con una espuela
y saber si el universo es la simbología de una sola fórmula‐
para entender la naturaleza mortal con el acero que se sumerge en la carne‐
en la frágil línea que separa la vida de la muerte‐
porque estamos ungidos por la luz pero penetramos la eternidad con la sombras.
Los colores‐ las formas que juzgamos con la memoria del incierto‐
nombrando sin dudar‐buscando en el conocimiento que los siglos han encuadernado‐
Pero olvidamos que el mundo no fue redondo hasta ser mirado por Galileo.
El universo está apuntalado por lo minúsculo‐
vigilado por un herrero de secretos que convirtió en espada nuestra diestra
y en el pecho desnudo coronó un santuario de quimeras‐
amantes nos hizo del espejismo de la verdad con su centenar de rostros‐
Quijotes de impalpable Dulcinea.
¡…OS HARÁ LIBRE!‐dijo Jesús‐ condenándonos a vivir sin ella.

Cada misterio es tributo de la ignorancia.
Si las plantas de los pies fueran gigantes
no importaría lo efímero del paso por la vida‐
no abría distancias entre los confines de la tierra‐
podríamos ir por los códigos tatuados en luz que corren en cortinas de vient

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