Page 18 - Ebook | Amanda la niña traviesa | 2020 Editorial HL
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Editorial HL | Literatura Moderna


                  Me lo pregunto, con una tempestad en sus ojos secos de lágrimas, llenos de profundidad e
                  interés en una respuesta que decidí darle, pues era mi hija.

                  —En verdad no crecerás, así te quedarás, ya debes saber que tu madre no era inmortal,
                  pero cuentas conmigo, escuche de un método que podría...
                  — ¡Hagámoslo papa!, —dijo saltando y abrazándome, sin siquiera escuchar aun el remedio
                  se encontento, así que le abrace también y decidí contarle la opción más viable que había
                  recibido.

                  Así que le dije:

                  En el año mil seiscientos, existió un Lord, que se llamó Sir Robert RedGaunlet, y bueno, él
                  era un vampiro como tú, un ángel caído qué no crecía, pero que un día, dicen que hizo un
                  pacto con un hombre de las montañas altas, que a cambio de no sé qué, le dio la receta de
                  un preparado que se debió tomar durante toda su vida.

                  Y así el lord vivió durante muchos años, en efecto creciendo, madurando, e incluso en su
                  edad adulta comando rebeliones, volviéndose un terrateniente importante, hasta que un
                  día contrajo una enfermedad y murió de todas formas. Incluso hay una historia que cuenta
                  que después de su  partida, Sir Robert  de  RedGaunlet y toda su  corte fueron a  parar al
                  infierno de los que alucinan y se confunden y no salen de ahí por el tamaño de sus deudas.

                  Así que aunque he encontrado el papiro, conseguido todos los ingredientes y preparado el
                  brebaje que uso Sir Robert, dudo que sea efectivo en todos los vampiros. Cada uno tiene su
                  destino y tú llevas dos años sin cambiar.

                  —Intentémoslo, tenemos que hacerlo.
                  —De acuerdo— No la dejé pensarlo dos veces, pues sabía que llegaría este momento.

                  Y saqué de una de un anaquel el frasco con la fórmula que Sir Robert RedGaunlet tomaba;
                  de color verde obscuro, como una plasta gelatinosa, también le traje una cuchara, pequeña,
                  pero suficiente para la dosis. Abrí el frasco y se lo di a oler.

                  —Huele a pastel de frutas, veamos a qué sabe—. Dijo, me quito el frasco y comió unas
                  cucharadas, le gusto el sabor, la mire y al menos eso era bueno, pensé, así que procedí a
                  decirle lo que acababa de hacer, pues aunque era algo permisivo de mi parte, yo nunca
                  dejaría sola y sin verdad a mi hija más querida.

                  —Amanda,  hija,  ahora  que  has  comido  deja  el  frasco  de  lado  y  concéntrate,  dime  que
                  sientes ahora que has ingerido la fórmula, es seguro que alucinarás la primera noche, pues
                  así lo hizo el viejo RedGaunlet.

                  Pero  Amanda  no  me  contestó,  la  pobre  ya  estaba  en  éxtasis,  mirándome  fijamente  y
                  burlándose de mí, como una poseída.
                  —Papa, ya sé dónde está el diablo.
                  —En donde hija, ¿Lo ves?

                  —Está detrás de ti sentado de piernas cruzadas. Mira-.
                  Y por un momento me asusté pensando que si era él  diablo y mire a mis espaldas muy
                  sorprendido.
                  —Jajajaja,  caíste,  Lir caíste—  Escuche  reír  a  Amanda,  burlona,  pues  no  había  nada  y  el
                  preparado de RedGaunlet no le había provocado sensación alguna más que la de querer
                  comer más. De manera que esa noche decidimos no hablar más del tema e ir a ver una





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