Page 21 - Ebook | Amanda la niña traviesa | 2020 Editorial HL
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Editorial HL | Literatura Moderna
dulces que lo hicieran saber mejor.
Y bueno, tras convencer a Amanda de ser perseverante y tener fe en la fórmula de Sir
Robert Red Gaunlet, yo cada día perfeccionaba más el papiro de la fórmula, cada noche,
según mis percepciones, vacías, pero lo hacía, claro, añadiendo una o dos pasas o frutos
Yo solo quería ganar tiempo para que ella se aceptara a sí misma.
El problema real aquí era su amor por Hank que no salio del todo bien, pues ella lo
confronto respecto a su infidelidad y ambos decidieron alejarse. Cada uno su vida. Tal cual
como la tradición familiar lo demandaba, ambos acabaron mal.
El gordo Hank, ahora no era tan gordo, pero todavía algo rechoncho, iba a la universidad,
vestía ropa juvenil y se dejaba la barba de cuando en cuando. Salía en su auto con muchas
chicas. Y ella, Amanda, permanecía en casa, haciendo nuevos amigos resignadamente,
aprendiendo secretos de mí, conocimientos de mis libros, preparando aventuras,
conviviendo con mis amigos y amigas que venían de cuando en cuando a celebrar
reuniones y comidas, pero aun así con el paso de los días, ella enfermo. Una noche me dijo
que los celos la aniquilaban por las noches y que la impotencia de no poder ser un humano
cada día mejor la tenía consternada.
En medio año perdió la fe. Así que le dije que pronto saldríamos de viaje en búsqueda de
una solución o lugar en donde pudiera desarrollarse. Pero todo quedo en la idea.
Recuerdo que la noche en qué Amanda murió yo estaba en Paris.
Ella me esperaba en Estados Unidos, sola en casa.
Recuerdo haber matado a dos turistas antes de enterarme.
Como he dicho al inicio de otro libro “La sociedad de los vampiros tercos” esa noche me
encontraba en la torre Eiffel asechando a un mencionado par de vampiras orientales que
se hacían pasar por turistas, mientras Amanda en casa permanecía sentada muy pensativa
en el pórtico, según supe por algunos vecinos, durante esa tarde, ella movía la mano
lentamente, sonriendo como si se despidiera sutilmente de los que pasaban y le saludaban.
Ella comprendió, según escribió en su carta de despedida, que todos los vecinos y demás
niños a su alrededor siempre la habían visto con apariencia de niña, pero la querían tanto,
que no le decían nada para no hacerla sentir mal.
Era la única de sus amigas que no había podido ingresar a la universidad.
La última vez que la vi yo también fue en pórtico, precisamente la mañana cuando salí
rumbo al aeropuerto cuatro días antes. Ella estaba alegre, hablaba de escribir un libro y
huir con los beduinos cuando yo volviera. Y bueno, en el fondo yo no quería llevarla
conmigo a Francia, la verdad, no solo porque algo me lo decía, sino porque sabía también
que las cosas en Paris andaban muy mal en aquellos meses; y yo tenía que ir a revisar una
de mis propiedades inmobiliarias en la capital y seguramente mi arribo sin duda movería
las aguas entre las criaturas que sentirían en el aire y la economía mi movimiento por
Paris.
Y así fue, porque como les dije antes, unos minutos antes de que me avisaran que Amanda
había muerto, yo acababa de matar a unas turistas, decidiendo con ese acto comenzar una
cruzada para buscar vampiros y contarles el origen de nuestra especie. Pues como cuento
en el libro La sociedad de los vampiros tercos, fue justamente a raíz del asesinato de esas
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