Page 153 - AZUFRE ROJO
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152        Armando Montoya Jordán    |    El Azufre Rojo VIII (2020), 125-152.    |    ISSN: 2341-1368





               CONCLUSIÓN


               En las paginas anteriores hemos esbozado los rasgos caractísticos que distinguen a la práctica
               del ǧihād desde la perspectiva sufí, es decir en cuanto acto que ref eja una visión interior, y
               cuyas raices se arraigan tanto en el modelo de comportamiento profético como en los princi-
               pios coránicos, delimitando, de este modo, sus alcances éticos, políticos y sociales.


               A este respecto, la historia islámica nos muestra como la umma ha sido testigo de la puesta
               en práctica del ǧihād en cuanto esfuerzo por Dios y, como tal, f el expresión de toda piadosa
               aspiración a Su misericordia y Su bondad. Ahora bien, en la práctica espiritual sufí, el ǧihād
               es, ante todo, el fruto de la contemplación de la presencia divina, rasgo distintivo de todo
               el itinerario iniciático en el taṣawwuf  que anuncia una transformación del corazón. Dicha
               transformación interior es lo que permite al muğāhid sufí iluminar y embellecer toda acción
               externa y consecuentemente, realizar el más alto grado de la religión islámica, el iḥsān.


               En particular, nuestra intención en este breve ensayo ha sido exponer cómo la tradición sufí
               concibió y puso en práctica el ǧihād en contextos absolutamente dramáticos y, en palabras
               de un reconocido f losofo musulman, sin precedentes en la historia del Islam. A la mirada
               contemplativa de los šuyūḫ que participaron -de manera directa o indirecta- en este proce-
               so, la manifestación de una serie de eventos externos que marcaban el declive político del
               Islam frente al enemigo invasor -con todas las terribles consecuencias que ello acarreaba- no
               solamente revelaban el destino ineludible de la umma como parte del plan divino, sino que
               anunciaba una de las fases más ricas que transformarían por completo la vida espiritual del
               Islam: la presencia del suf smo como corriente espiritual viva en todo el entorno social del
               Islam, como nunca antes se había visto, presencia que hacía posible discurrir la baraka de los
               maestros sufís como signos vivos y evidentes de la Misericordia y la Voluntad divina.


               Así, la militancia política y social que distinguió este proceso de apertura de los ṭuruq en el
               plano externo, deben ser vistos como la expresión de la más auténtica aspiracion al iḥsān, es
               decir como la puesta en práctica de los ideales más nobles del comportamiento profético.
               De este modo, los maestros sufíes, los suyuj, ejemplif caron este ideal como la expresión viva
               de la ḥaqīqa  muhammadiyya, alzandose como luz en la tempestad de la noche, y guiando, así
               a los musulmanes a la realización de los más altos grados de la Belleza, como preludio de la
               Presencia Divina.
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