Page 117 - ¿Y si quedamos como amigos?
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no me creía—. ¿No te atrae nada en absoluto?
—No. O sea, sí. Quiero decir, es Levi.
—¿Es Levi? Debe de ser una expresión americana que desconozco —se burló—. Es
tu mejor amigo. Y un Levi, sea lo que sea eso. La verdad es que no entiendo cuál es el
problema.
—Es complicado —apuré el paso hacia el puerto.
—Sí, ya me lo dijiste mil veces. Pero he aquí el quid de la cuestión. Tal como lo
cuentas, no parece tan complicado. Eres tú la que lo complica. Salta a la vista que entre
ustedes hay algo muy importante. No tengas miedo de explorarlo.
Esbocé una sonrisa tensa, sin saber si debía creerle o no. Decidí tomármelo a broma.
—¿Desde cuándo te has convertido en una especie de consejero matrimonial?
Me miró con expresión risueña.
—En realidad, es de sentido común.
Miré hacia el puerto, donde una fila de camiones descargaba turistas.
—Bueno, será mejor que vaya a ver a ese delfín.
Desde que había llegado a Dingle, la gente no paraba de preguntarme si ya había
visto a Fungie, el delfín del pueblo. Incluso tenía su propia estatua junto a la oficina
turística en el que trabajaba la abuela. A la semana de mi llegada, me había tomado una
foto junto a la estatua, pero aún no conocía al Fungie real.
—Es increíble que lleves aquí seis semanas y aún no lo hayas visto —Liam sacó el
celular y me indicó por señas que posara junto a la estatua del delfín para tomarme otra
foto—. En Dingle tenemos nuestro orgullo, ¿sabes?
Me coloqué junto a la estatua, enfurruñada.
—Esas cosas son para turistas.
—Claro. Como tú no eres turista… —tomó la foto—. Tendremos que asegurarnos de
que lo veas todo en los próximos días. Porque pronto te irás a casa. Tenemos mucho
que hacer. Y una decisión pendiente.
No hacía falta que me lo recordara.
Las dos semanas siguientes pasaron volando. Los abuelos hicieron cuanto estuvo en su
mano por asegurarse de que viera el máximo de cosas posible antes de marcharme.
Casi estaba demasiado cansada para mi fiesta de despedida, pero si algo había
aprendido durante los dos meses que llevaba en Irlanda, era que nadie supera a los
irlandeses a la hora de organizar una buena fiesta.
El jardín trasero de mis abuelos se transformó en un recital de música espontáneo.
Colgamos luces navideñas en los árboles para crear un ambiente aún más mágico. Los
vecinos de mis abuelos fueron llegando, y los amigos músicos de mi abuelo se trajeron
sus instrumentos; la música pronto empezó a inundar el fresco ambiente de la noche.
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