Page 112 - ¿Y si quedamos como amigos?
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          más con él o con Levi? Yo, desde luego, no conocía la respuesta a ninguna de las dos

          preguntas.
             Una parte de mí pensaba que sería bonito vivir un romance de verano, pero aún no
          había decidido qué iba a hacer con Levi. Desde que estaba allí, habíamos empezado a

          hablar más a menudo. No obstante, los motivos que me habían llevado a marcharme a
          miles de kilómetros de donde él estaba, de mi casa, no habían desaparecido.
             —Disculpen  —un  acento  que  conocía  bien  me  arrancó  de  mis  pensamientos.
          Teníamos  delante  a  una  pareja  norteamericana  de  mediana  edad—,  ¿les  importaría
          tomarnos una foto?

             —Claro —bajé de la roca de un salto y les saqué una fotografía, dando gracias por la
          interrupción.
             Cuando descubrió que la pareja era de Dallas, Liam se puso a platicar con ellos. Le

          interesaba todo, desde las botas de vaquero hasta los cowboys y las barbacoas.  Me
          enternecía que se le cayera la baba con todo lo relacionado con Estados Unidos.
             Liam se disculpó con los texanos cuando recibió una llamada en su celular.
             —¡Fenomenal! —exclamó.
             Si  algo  había  aprendido  durante  mi  corta  estancia  en  Irlanda  era  que  allí  todo  lo

          consideraban fenomenal: la comida, la música, una idea, un beso quizá… Me parecía
          una palabra mucho mejor que alucinante  o genial. Estaba pensando en llevármela de
          recuerdo,  como  una  especie  de  suvenir  lingüístico,  pero  cuando  hice  la  prueba  de

          soltársela  a  Levi  durante  un  videochat,  se  burló  de  mí.  Luego  se  pasó  un  minuto
          repitiendo todo lo que yo había dicho, pero con un exagerado acento británico. De no
          haber estado carcajeándome, me habría ofendido.
             —Mira, mis amigos organizaron una fiesta en la playa —me informó Liam—. ¿Te
          apetece que vayamos?

             —Sólo si hay craic hasta en la sopa —disparé.
             Se rio.
             —Desde luego —echamos a andar hacia el coche—. No tan deprisa, yanqui.

             Gemí.
             —¡Lo siento!
             Allí  en  Irlanda,  siempre  iba  directa  a  la  puerta  del  conductor.  Aún  no  me  había
          acostumbrado a que circularan en sentido contrario.
             Nos  dirigimos  al  arroyo  Clogher,  uno  de  los  sitios  que  más  me  gustaban  para

          relajarme. No se podía nadar allí a consecuencia de las corrientes, pero ofrecía unas
          maravillosas vistas de las islas Blasket. Hasta entonces, sólo había conocido a un par
          de amigos de Liam, Conor y Michael, que me llamaban, sencillamente, “la americana”.

          No estaba segura de que supieran mi nombre.  En cambio, estaba convencida de que
          conocían de sobra a mi tocayo escocés.


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