Page 58 - ¿Y si quedamos como amigos?
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consolarla. Desde que me había llevado al panteón, sabía que no le molestaba que yo
mencionara a su mamá. Sin embargo, también era consciente de que, si quería compartir
conmigo sus sentimientos, lo haría. Cada vez se me daba mejor descifrar sus
expresiones. Sabía cuándo debía sonsacarla y cuándo prefería que la dejara en paz. Y,
ahora mismo, la expresión de su rostro gritaba: “No quiero hablar de ello”.
—Bueno, es que yo estoy acostumbrado al buen tiempo durante todo el año —le
recordé—. Y siento haberte pedido que le mintieras a Emily sobre la hora de mi
llegada.
—Sí… —se puso a limpiar la barra de la cocina—. ¿Quieres comer algo?
Nunca desperdiciaba la ocasión de probar las delicias que preparaba Macallan. Me
sirvió un plato de brownies rellenos de caramelo, dulces de arroz inflado y una porción
de tarta de nuez.
Metí la mano en la bolsa y saqué su regalo.
—Feliz Navidad, con una semana de retraso.
Vaciló un momento antes de abrirlo.
—No será un gorro de los Bears, ¿verdad?
Me eché a reír. Me había regalado un gorro tejido de los Green Bay Packers para
ayudarme a “integrarme”. Todo el mundo se partió de risa, sobre todo Adam. Pero
después de que me molestaran, me regaló también un vale para una comida casera de mi
elección. Fue el mejor regalo de aquella Navidad.
Empezó a desenvolver la caja. Se echó a reír en cuanto vio las fotos de la portada.
—No puedo creer que me hayas comprado… —se detuvo al ver algo escrito a mano
—. ¿Cómo has…?
Abrió la boca de par en par. Su reacción me hizo muy feliz.
—El amigo de mi papá conoce al productor de la serie. Se lo pedí como favor.
Bajó la vista y leyó la dedicatoria que llevaba el DVD de Buggy y Floyd, escrita de
puño y letra del actor que hacía de Buggy: “Que me cuelguen si no me tomaría ahora
mismo un vaso de Macallan”.
—No acabo de tener claro si es genial o un poco verde —reconocí.
—¡Padre! —Macallan se echó a reír.
Me encantaba verla reírse con ganas. Tenía dos clases de risa: una era la típica risita
tonta y la otra una risa a carcajadas, con la cabeza echada hacia atrás. Si tuviera un solo
objetivo en la vida, sería hacerla reír a diario. Y aquel día, cumplí mi misión.
—¡Es fantástico, muchas gracias! —me abrazó—. ¡Te prepararé todos los platillos
que quieras, siempre que te apetezca!
—Pónmelo por escrito, por favor.
Volvió a echar la cabeza hacia atrás para reírse y, lo digo en serio, se me encogió el
corazón.
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