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89.~LOS GRANDES HOMBRES
presencia de su rey, y cada vez más enarde,.
cidos, rompieron también aquel escuadrón
hasta el punto de que en brevísimos instantes
todo fué en él horror y muerte.
A todo esto, ios caballos que conducían el
carro de Darío, enfurecidos por el dolor de
los grandes golpes y heridas que recibían,
empezaron a enarbolarse y sacudir el yugo
eon tal violencia, que el monarca corrió gran
peligro de ser despedido del carro, por lo que,
temiendo caer en manos del enemigo se arrojó
al su.elo, montó en uno de los caballos que
siempre le seguían, y, despojándose ignomi-
niosamente de todas las insignias reales, para
evitar que por ellas pudiera descubrírseleJ se
dió a la fuga, por los escarpados desfiladeros
de la montaña. Los que le rodeaban, presa de
verdadero pánico, le siguieron en su vergon-
zosa huída. ·
La caballería macedonia que mandaba Par~
menión, lanzóse a la persecución de los fugi-
tivos, que acosados por ellos, se estrujaron en
los desfiladeros, estrechísimos para dar paso
a un mismo tiempo a tanta gente, y murieron
allí, en tan gran número, que según cuentan
prestigiosos historiadores,' muchas de las