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ALEJANDRO MAGNO.-h

hondonadas de aquellos lugares desaparede-
ron enteramente al quedar repletas de cadá-
veres.
No eran más de mil los caballos de Alejan-
dro que perseguían a los persas, pero éstos
iban tan pesadamente armados que apenas si
podían revolverse en los desfiladeros, ni mu-
cho menos escapar con ligereza de sus perse-
guidores. El mismo Alejandro, deseoso, ante
todo, de hallarse frente a frente de Darío, se
había lanzado en su persecución y se abría
paso por los des:filaderos buscándole en vano.
Cuando se hizo de noche, Alejandro desistió,
al fin, de hallar por el ,momento a su enemigo,
y volviéndose a su campamento, recogió a su
paso el arco, el carrn y las insignias que ha-
bía abandonado el rey persa.
Fué, pues, completa, la derrota de los per-
sas, ya que en aquella batalla perdieron cien
mil infantes y diez mil caballos. En cambio,
de la parte de Alejandro 4ubo sólo treinta y
dos infantes y ciento cincuenta caballos muer-
tos, y quinientos cuatro heridos. He aquí con
qué corta pérdida se ganó tan grande vic-
toria.