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AL E JAN D Ji. O MAGNO, - 126

ellos los árboles más preciosos y las flores
más raras. Estaban dispuestos en terrazas
escalonadas, y el agua del Eufrates se ele-
vaba hasta las más altas por meldio de bom-
bas, sosteniendo así húmeda aquella tierra
bajo el ardentísimo sol de Caldea.
Retenido por los lazos que la molicie y el
placer le tendían, se detuvo Alejandro en
aquella ciudad más que en otra alguna, lo que
fué en perjuicio de la disciplina y sobriedad
del ejército macedonio, porque con tanto de-
leite y diversión no se acordaban de sus há:
hitos guerreros. Mas, al cabo de treinta y
seis días, viendo el estrago que en sus hom-
bres hacían los placeres de Oriente, los sacó
de allí, bien a pesar suyo, y los condujo a la
conquista de Susa.
Esta importantísima ciudad se rindió tam-
bién al poder de Alejandro, lo mismo que
Persépolis, capital del Imperio, donde se ha-
llaban los más ricos palacios y los más es-
pléndidos tesoros y donde dió Alejandro li-
bertad a cuatro mil prisioneros griegos. Y
tras haberse apoderado idel tesoro de Ciro, en
Pasagarda, y dueño así de las más importan-
tes <;iudad~s de P~rsia pensó Alejandro ~ue