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La iglesia no debe pensar que su función es idéntica a la missio Dei; aunque la
iglesia sí participa en la misión de Dios. La misión de la iglesia es una parte de la
misión total. Es decir, es parte de la misión de Dios para el mundo pero no es la
totalidad de la obra de Dios en el mundo.
Nuestra misión no tiene vida por sí misma, solo en las manos del Dios que envía
puede verdaderamente ser llamada misión. Esto a razón de que la iniciativa misio-
nera proviene únicamente de Dios. Las misiones son, por lo tanto, un movimiento
de Dios en el mundo; la iglesia es el instrumento para llevar a cabo esa misión. En
otras palabras, la iglesia existe, porque hay una misión y no al revés. Participar en
las misiones es participar en el movimiento del amor de Dios hacia las personas,
ya que Dios es la fuente del amor que envía. 5
Peters afirma que según la Biblia “el resultado final del missio Dei es la glorificación
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. 6
La iglesia o la persona que funda una iglesia con una perspectiva misionera se en-
foca en cumplir la misión de Dios (missio Dei) como su objetivo final. Una iglesia con
énfasis en las misiones está dispuesta y deseosa de atraer a la gente, en medio de su
cultura, con las verdades del evangelio.
Es importante ver lo que está sucediendo en otras partes del mundo en relación con
la plantación de iglesias y el discipulado. La iglesia puede comenzar en un territorio
hostil. El modelo de discipulado y plantación de iglesias es esencial. El señor Jung
en el artículo: “Los evangélicos estadounidenses en Alemania: su contribución a la
educación teológica y plantación de iglesias” escribió lo siguiente:
Los cristianos nominales son cristianos solo de nombre. Ellos constituyen la segunda,
tercera o cuarta generación de cristianos sin una experiencia personal con la gracia
salvadora de Dios. Están presentes en la iglesia, en gran medida, por razones de asocia-
ción histórica y conformidad cultural en vez de un compromiso personal. Les falta una
razón para creer y fe. Desde la caída de la muralla de Berlín, muchos estadounidenses
misioneros también sienten una atracción y un reto especial por plantar iglesias en es-
tados nuevos y primordialmente ateos. Cuando proclaman el evangelio, “donde Cristo
no ha sido predicado” (Romanos 15:20), se ven a sí mismos como siguiendo la tradición
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apostólica.
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