Page 252 - WORLD WC Antes de la Tormenta
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corpulentos en vida. Ahora eran carne y huesos y de pelo lacio. Le tomó un momento leer
           sus expresiones.


                    Sus hijos, una vez confiados y risueños parecían… asustados.


                    Tienen más miedo aquí, frente a mí, que, en un campo de batalla, notó Emma. Y
           entonces todas las diferencias entre ellos y ella de pronto ya no importaban.


                    Ella comenzó a llorar, aunque sintió su boca curvarse en una enorme sonrisa.


                    —Mis muchachos —dijo —¡Oh, mis muchachos!


                    —¡Mamá! —dijo Jack dando tumbos hacia ella.


                    —¡Te hemos extrañado tanto! —dijo Jem. Y Jake simplemente agachó la cabeza,
           superado por el momento. Entonces, los tres renegados se inclinaron para abrazar a su
           madre.





                                                          * * *





                    Gracias, le dijo  Calia  a la  Luz  mientras miraba  a  la  matriarca  de  esa  familia
           reunida derramar lágrimas de alegría. Gracias por esto.


                    Ella escuchó, sonriendo, mientras se llamaban otros nombres. Ellos dieron pasos
           al frente, titubeantes o alegres. Algunos simplemente negaron con la cabeza e, incapaces
           de dar esos pasos finales ahora que había llegado el momento, regresaron en silencio,

           dejando a sus renegados solos de pie hasta que ellos, también, se giraron y volvieron al
           muro. Calia rezó por ellos: por los que se habían negado y por aquellos que habían sido
           rechazados. Todos estaban dolidos. Todos necesitaban la bendición de la Luz.


                    Pero  sorprendentemente  eran pocos. La  mayoría  de las  reuniones habían  sido

           cautelosas al principio: afectadas, incómodas. Pero eso también estaba bien.

                    —Philia Fintallas —leyó el arzobispo. Philia estaba en la primera línea y su padre,

           Parqual, ya la había encontrado. Al escuchar su nombre, ella corrió directo a él, gritando:

                    —¡Papá!


                    Esos  dos  no  necesitaban  ser  instados  o  meditar.  Corrieron  hacia  el  otro,

           deteniéndose  a  poco  de  tocar  y  ambos  tenían sonrisas  tan grandes  como  se  sentía  el
           corazón de Calia.




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