Page 102 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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           Aquella religión instintiva, pueril  y  supersticiosa se cristali-
       zó, por una parte en el fetiche y  por otra en el mullo amuleto o
                                                          ,
       talismán.
           El fetiquismo de que tratamos, instintivo  y  pueril, conoció
       de seguro  los estremecimientos misteriosos del yo  interior,  los
       anhelos vagos, los balbuceos infantiles que el problema pavoroso
       del más allá suele infundir en toda religión en formación.
           Fue fetiche para el hombre americano de las épocas de que
      tratamos, todo objeto animado o inanimado en que supuso residir
       una virtud capaz de precaverle del rigor de los elementos, de las
       asechanzas de los enemigos,  y  en particular de la malevolencia de
       los espíritus adversos a la tribu de que formó parte.
           Una tosca figura de hombre o de animal, una piedrecilla del
       arroyo, un caracol de curiosa hechura, u otra fruslería semejante,
      tuvieron, en el mecanismo de sus creencias, virtud fetiquista.
           El fetiquismo, brotado en la selva aborigen, fue propiamente
       el culto apresurado, propio de una humanidad asendereada, con-
      denada a marchar delante de sí sin descanso posible, a imagen del
      judío de la leyenda, hacia una meta sin término.
           Sus fetiches, de tosca hechura, recibieron de quienes los in-
       vocaron el culto apresurado que el viajero de raza indígena de
      nuestros días tributa, sin interrumpir apenas su marcha, a ciertas
      piedras, linderos, cuestas, cumbres  y  apachetas , a que dedica en
      forma propiciatoria el residuo de la coca mascada durante la eta-
      pa que acaba de recorrer.
           La humanidad trashumante, cuyos apremios acabamos de
      enunciar, abandonó a sus muertos durante las primeras etapas de
      su marcha,  y  las fieras de la espesura se cebaron en sus despojos,
      dando lugar en esta forma al nacimiento de un nuevo fetiquismo
      el animal, el cual tuvo por base la creencia de que un algo del es-
      píritu vital del difunto se comunicaría inevitablemente a las tales
      alimañas  ; a raíz de lo cual la fauna silvana fué clasificada en mun-
      da e inmunda, en benéfica  y  malévola, en amiga o enemiga del
      hombre.
          Andando el tiempo,  y a medida que el americano, oriundo de
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