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SALVADOR BORREGO

                      Hace 4,000 años, en Babilonia, se estudiaba el fenó-
                   meno de una crisis de granos y como medida de emer-
                   gencia se dictó el famoso Código de Hamurabi, que im-
                   ponía  minuciosos  controles de  precios y salarios,  con
                   muy severas penas.
                      Años después, en Grecia, se recurrió a disposiciones
                   parecidas porque hubo especuladores que hacían correr
                   falsos rumores sobre guerras o naufragios de barcos car-
                   gados de víveres, para luego subir los precios. Es decir,
                   ya  se conocía y se manipulaba la  ley de  la  oferta y la
                   demanda.
                      Spengler refiere  que  en  Egipto,  durante  el  Imperio
                   nuevo, la institución del giro se hallaba a la altura de lo
                   que  después  se  practicó  en  los  bancos occidentales.
                   Cleómenes,  el  administrador de  Alejandro  Magno  en
                   Egipto, recurría hace 2,327 años a ingeniosas operacio-
                   nes económicas para lograr grandes utilidades a costa
                   de Grecia.  (!)
                      El  emperador Diocleciano legisló  en Roma  sobre el
                   equilibrio de precios y salarios, y sobre el valor del dine-
                   ro, según su edicto del año 301  de nuestra era.
                      En  fin,  a través de siglos muchos gobernantes o in-
                   vestigadores observaban con interés el desenvolvimiento
                   de los fenómenos económicos. Luca Pacioli ideó en 1494
                   el método de contabilidad de partida doble y escribió un
                   Tratado sobre el particular.
                      Ahora bien, los estudios sistemáticos, ininterrumpi-
                   dos, de los fenómenos económicos, se formalizaron hace
                   aproximadamente  quinientos años,  cuando la  escuela
                   económica mercantilista afirmaba que la fuente princi-
                   pal  de la  riqueza eran los  metales preciosos,  como el
                   oro y la plata.
                      El investigador Thomas M un y sus seguidores mantu-
                   vieron ese criterio durante casi tres siglos, y a la  fecha
                   aún cuentan con algunos partidarios famosos que abo-


                   <l>  Perspectiva de la Historia Universal. Vol.  IV.  Oswaldo Spengler.


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