Page 180 - El Misterio de Belicena Villca
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mismísimos infiernos iremos a castigarte! ¿Habéis comprendido los riesgos que
corréis?
El pobre monje se había arrojado al suelo, a los pies de Bera, y temblaba
como un perro asustado. –”N...no o…osaría traicionaros” –balbuceaba, sin
levantar la mirada de los pies de Bera, sin atreverse a ver nuevamente la
amenaza mortal de sus ojos.
–Mas vale que digáis la verdad –dijo con ironía aquel Rey de la Mentira,
que era Bera–. ¡Levantaos, perro! –ordenó con dureza– y observad la página de
este libro abierto.
¿Qué veis en ella?
Los cuatro sacerdotes se miraron entre sí, asombrados de que los
Inmortales mostrasen al monje escultor, que no era ni Teólogo ni Cabalista, y
mucho menos Iniciado, un dibujo secreto del Sepher Icheh.
Tratando de serenarse, el imaginero se apoyó con sus dos manos en el
borde de la mesa rampa y observó la hoja indicada. Lo que vio, pronto le hizo
olvidar los amargos minutos anteriores y, él se lo repetiría para sí mismo toda la
vida, lo recompensó de los sufrimientos padecidos hasta entonces. Por primera
vez se sintió libre de culpas, sin pecado, perdonado por una Piedad que venía de
adentro del Alma, como si el Alma participase de un Jubileo Divino: y quien
inspiraba esa sensación de libertad anímica, esa seguridad de ser aprobado por
Dios y amado por Cristo, era la Más Bella y Majestuosa imagen de la Madre de
Dios que el monje viera nunca; porque, desde luego, aquella Señora estaba viva;
mientras sostenía al niño en sus brazos, la Madre lo miró fugazmente, y fue en
ese instante que él se sintió perdonado, en paz, como si Ella le hubiese dicho –
Anda, hijo de Dios, que yo intercederé para que el Rigor de Su Ley, no sea
recalcitrante contigo. ¡Cumple tu misión y retrátame como me ves, en la Plenitud
de Mi Santidad, para que los hombres vean también el Milagro que tú ves;
cumple con todo tu talento y el Gran Rostro de Dios te sonreirá!
–¡Es tan Bella! –gritó el escultor, completamente alucinado–. Sólo unas
manos guiadas por la Gracia de Dios, y una piedra bendecida por el Altísimo,
podrían realizar la Obra que se me pide. ¡Pero Yo pondré mis manos al Servicio
de Dios, y Vosotros, que sois poderosos, me proveeréis de la mejor piedra de
alabastro del Mundo!
Y desplegando el pergamino junto al libro, se puso a dibujar febrilmente el
retrato de una Virgen con el Niño de novedosas características. Los cuatro
Sacerdotes lo miraban sorprendidos, pues era evidente que su visión no provenía
del libro Sepher Icheh, por lo menos de la hoja que estaba a la vista, sino de otra
realidad, de un Mundo Celeste que se había abierto ante sus ojos y le había
revelado la Señora de su inspiración.
Con inusitada paciencia, los Inmortales aguardaron una larga hora hasta
que el monje pareció retornar a la realidad: sobre la mesa, se hallaba completada
la síntesis gráfica de la visión sobrenatural.
–Eminencias: ahora comprendo Vuestras reservas –dijo el tallista, aún
emocionado–.
–Vosotros, indudablemente con la autorización del Señor, me habéis
permitido asomarme al Cielo y contemplar a la Madre Santísima. Tened por
seguro que aunque siempre lo recuerde, y quede mi Obra como testimonio de
esta visión, jamás saldrá de mi boca el origen de la misma. ¡Como lo habéis
advertido al comienzo, os respondo de ello con mi vida! Empero –aquí entrecerró
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