Page 181 - El Misterio de Belicena Villca
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los ojos y reflexionó en voz alta, para sí mismo– ¿qué es la Muerte, frente a la
posibilidad aún más aterradora de perder el favor de la Madre de Dios, de fallarle
a Ella? ¡Cumpliré! –dijo ahora gritando– ¡Oh, sí. Cumpliré. Por Ella Cumpliré!
–¿Os creéis capaz de tallar la estatua que necesitamos? –interrogó Birsa,
sin muchas contemplaciones por el estado místico del monje escultor.
–¡Oh sí! ¡Pondré todo mi Arte, y la Inspiración Divina que ahora me
embarga, para dar el acabado más perfecto a esta imagen! –y señalaba los
dibujos esbozados a carbonilla sobre el fino cuero del pergamino.
En estos se exponía una Madre Sublime, dotada de un bello rostro de
rasgos israelitas y vestido de igual nacionalidad, cubierta la cabeza con una
mantilla larga, hasta más abajo de la cintura, y sosteniendo al Niño con la mano
izquierda, mientras en la derecha portaba un cetro coronado con Granada. El
cuerpo de la Madre daba la impresión de estar levemente inclinado hacia la
izquierda, quizá para dejar que el Niño Divino ocupase el centro de la escena. El
Niño, por su parte, miraba de frente y bendecía lo observado con un gesto de la
mano derecha, en tanto que en la izquierda sostenía una sphaera orbis terrae.
Ambos, la Madre y el Niño, estaban coronados: la Madre lucía Corona de Reina,
que el imaginero anotaba, debía construirse de oro puro; y el Niño tenía sobre un
aro de plata en halo, tres flores de almendro separadas proporcionalmente: del
sexto pétalo de cada flor, brotaban nueve rayos, símbolo de los Nueve Poderes
del Messiah. A los pies de la Virgen, diversos símbolos, como caracoles y peces,
indicaban la naturaleza marina de la advocación: Ella misma se hallaba posada
sobre las olas.
–Hasta cierto punto confiaremos en vos, aunque igualmente seréis vigilado
–amenazó Birsa, luego de examinar el bosquejo–. Nos agrada lo que habéis visto
y lo que pensáis hacer. ¡Sois afortunado, Siervo de Dios! Ahora retiraos a vuestra
celda, que mucho tenéis para orar y meditar.
Momentos después estaban nuevamente los seis reunidos frente al
Sepher Icheh.
–¿Qué es lo que vio el monje, Oh Inmortales? De cierto que no ha sido
esta figura de la página lamed, –preguntó el Abad de Claraval.
–De cierto que no, –respondió Birsa– Bera ha hecho comer al escultor un
grano de este fruto –y señaló la granada Binah.
–En efecto; –confirmó Bera– hemos permitido al monje asomarse al
Séptimo Cielo, al Palacio donde mora el Messiah, en los amorosos brazos de su
Madre Binah. Y él ha visto a la Madre y al Messiah, a la Pareja Divina de los
Aspectos de YHVH que rigen el Séptimo Cielo: la Madre Binah, derramando la
Inteligencia creadora de YHVH Elohim con el Fuego Caliente de Su Amor; y el
Soplo de YHVH que es el Alma del Messiah, el Niño cuya Forma es la de
Metatrón, cuya cabalgadura es Araboth, las nubes, cuya ronda se realiza sobre
las aguas de Avir, el Eter, y cuya Manifestación es la Shekhinah, el Descenso
de YHVH en el Reino. Hemos hecho esto porque necesitamos que se represente
esa visión sobre una Primera Piedra, y se exhiba en la Rábida, en reemplazo de
la estatua del Obispo Macario que custodian los Templarios. La talla se realizará
en secreto y, cuando esté lista, vosotros la sustituiréis con la mayor discreción.
Se afirmará entonces, con más énfasis que nunca, que la misma es obra del
Evangelista, que el propio San Lucas la talló en el siglo I. Es importante que así
se haga porque Quiblón, algún día llegará a Rus Baal a confirmar su clave, que
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