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 pues,  a  cosa  de  100  metros  de  altura  sobre  el  campo.  Asustado,  la  mujer,  la  cual,  señalándose  el  vientre,  sonrió,  señaló  después
 Antonio  quiso  volver  a  su  casa  y  empezó  a  accionar  el  disposi-  al  cielo  y  salió  en  seguimiento  del  hombre .
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 tivo  hidráulico  de  desenganche  del  arado.  Pero  el  dispositivo  no  Regresaron  entonces  los  captores  de  Antonio  con  las  ropas  de
 funcionaba,  y  mientras  Antonio  trataba  de  hacerlo  funcionar,  el  éste,  y  lo  llevaron  a  una  cámara  en  la  que  estaban  sentados  los
 motor  del  tractor  se  paró.  En  aquel  momento,  el  misterioso  ob-  demás  miembros  de  la  tripulación,  que  gruñían  entre  ellos.  El
 jeto  descendió  bruscamente  y  aterrizó  a  unos  20  metros  del  trac-  testigo,  que  ya  estaba  seguro  entonces  de  que  no  le  harían  nin-
 tor.  Antonio,  aterrorizado,  vio  salir  de  la  máquina  a  dos  «perso-  gún  daño,  se  dedicó a examinar cuidadosamente  lo  que  le  rodeaba.
 nas»,  que  corrieron  hacia  él.  Presa  de  pánico,  saltó  de  su  tractor  Entre  otras  cosas  —todas  sus  observaciones  tienen  un  gran  inte-
 y  trató  de  huir,  pero  los  dos  personajes  (descritos  ahora  como  rés—,  observó  una  caja  con  tapa  de  vidrio  que  parecía  un  «reloj
 «hombres»)  lo  sujetaron  por  detrás.  Tras  una  breve  lucha,  cua-  despertador».  Este  «reloj»  tenía  una  manecilla  y  varias  señales
 tro  de  aquellos  hombres  consiguieron  arrastrarlo  al  interior  de  que  corresponderían  al  3,  6,  9  y  12  de  un  reloj  ordinario.  Pero
 la  máquina.  Estos  seres  se  comunicaban  entre  ellos  mediante  ba-  como  el  tiempo  pasaba  y  la  manecilla  no  se  movía,  Antonio  su-
 jos  gruñidos,  distintos  a  cualquier  sonido  conocido  por  el  testigo,  puso  que  no  se  trataba  de  un  reloj .
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 diciendo  únicamente  de  ellos  que  «no  eran  agudos  ni  demasiado  El  simbolismo  que  encierra  esta  observación  de  Villas  Boas
 bajos».  A  pesar  de  la  resistencia  que  Antonio  ofrecía,  aquellos  se-  es  claro.  Nos  recuerda  a  los  cuentos  de  hadas  que  antes  hemos
 res  lo  desnudaron,  le  pasaron  por  todo  el  cuerpo  una  especie  de  citado,  el  país  donde  el  tiempo  no  transcurre,  y  aquel  gran  poe-
 esponja  húmeda,  y  lo  llevaron  a  otra  cámara,  haciéndole  pasar  ta  que  tenía  en  su  habitación  un  gran  reloj  blanco  sin  manecillas
 por  una  puerta  que  ostentaba  extrañas  letras.  que  ostentaba  la  inscripción:  «Es  más  tarde  de  lo  que  supones.»
 No  es  mi  propósito  repetir  aquí  todos  los  detalles  de  la  ex-  Lo  que  llama  la  atención  es  la  cualidad  poética  que  tienen  estos
 periencia  por  la  que  pasó  Villas  Boas.  Estos  ya  han  sido  adecua-  detalles  en  muchos  relatos  sobre  OVNIS  —a  pesar  del  carácter
 damente  documentados,  primero  en  la  Flying  Saucer  Review  por  irracional  o  evidentemente  absurdo  de  la  historia—  y  que  los
 Fontes  y  Creighton,  y  posteriormente  por  los  Lorenzen,  que  re-  hacen  tan  parecidos  a  un  sueño.  Antonio  debió  de  pensar  lo  mis-
 producen  en  su  totalidad  el  testimonio  conseguido  por  Fontes  y  mo,  pues  se  dijo  que  tenía  que  llevarse  alguna  prueba  y  trató  de
 J.  Martins,  junto  con  la  opinión  profesional  del  doctor  Fontes  des-  robar  el  «reloj».  Pero  inmediatamente uno  de  los hombres  lo  apar-
 pués  de  su  examen  médico  del  sujeto,  en  su  obra  Flying Saucer  tó  a  un  lado  de  un  airado  empellón.  Este  intento  por  hacerse  con
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 Occupants .  Lo  que  me  impulsa  a  incluir  aquí  este  caso  es  la  con-  alguna  prueba  es  un  rasgo  constante  en  los  cuentos  de  hadas,  y
 clusión  a  que  llega  Fontes:  que  Villas  Boas  no  es  un  desequili-  no  olvidemos  tampoco  que  Betty  Hill  intentó  convencer  a  sus cap-
 brado  mental  y  de  que  es  sincero  al  referir  su  historia.  Y  ésta,  tores  de  que  le  permitiesen  llevarse  un  curioso  «libro»  que  había
 además,  nos  proporciona un vínculo  con relatos  como  el  de  Ossián  visto  dentro  de  la  máquina.  Como  en  el  incidente  Villas  Boas,  los
 y  el  problema  general  del  contexto  genético  que  pueda  tener  el  tripulantes  no  quisieron  darle  la  oportunidad  de  convencer  al
 mito  de  los  OVNIS,  y  que  será  el  tema  de  la  próxima  sección  de  mundo  de  la  realidad  de  lo  sucedido.
 este  mismo  capítulo.  Finalmente, uno  de  los  hombres  indicó  a  Antonio  que le  siguie-
 Antonio  permaneció  solo  en  el  segundo  compartimiento  duran-  se  a  una  plataforma  circular.  Entonces  le  hicieron  dar  una  deta-
 te  un  tiempo  que  a  él  le  pareció  muy  largo.  Cuando  oyó  un  ruido  llada  vuelta  a  toda  la  máquina,  lo  condujeron  a  una  escalerilla
 en  la  puerta,  se  volvió  y  recibió  una  «impresión  terrible»:  la  metálica  y  le  ordenaron  por  señas  que  bajase  por  ella.  Antonio
 puerta  se  abrió  para  dejar  paso  a  una  mujer,  tan  desnuda  como  observó  todos  los  detalles  del  despegue  y  su  preparación,  siguien-
 él.  Sus  cabellos  eran  rubios,  con  raya  en  medio.  Tenía  los  ojos  do  con  la  mirada  al  aparato  cuando  éste  se  elevó  del  suelo  y  se
 azules, más  alargados  que redondos, y  oblicuos  hacia  los lados.  La  alejó  en  cuestión  de  segundos.  Comprobó  que  eran  las  5,30  horas;
 nariz  era  recta,  y  los  pómulos,  salientes.  Tenía  un  rostro  muy  an-  había  pasado  más  de  cuatro  horas  dentro  de  la  extraña  máquina.
 cho,  «más  ancho  que  el  de  un  nativo  indio».  Terminaba  en  un  Es  preciso  observar  que  el  testigo  ofreció  información  sobre
 mentón  puntiagudo.  Los  labios  eran  casi  invisibles  de  tan  delga-  el  caso,  sin  entrar  en  detalles,  en  respuesta  a  un  aviso  que  se  pu-
 dos.  Las  orejas,  pequeñas,  pero  normales.  Era  mucho  más  baja  blicó  en  un  periódico  dirigido  a  todos  cuantos  hubiesen  visto  OV-
 que  él;  su  cabeza  sólo  le  llegaba  al  hombro.  La  mujercita  se  apre-  NIS.  Se  mostró  extremadamente  reacio  a  comentar  los  aspectos
 suró  a  indicarle  de  manera  inequívoca  cuál  era  el  objeto  de  su  más  personales  de  este  caso,  y  sólo  los  refirió  respondiendo  a  las
 visita.  Poco  después,  entró  un  hombre,  quien  llamó  por  señas  a  insistentes  preguntas  de  Fontes  y  Martins.  Como  Maurice  Masse,
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