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138 JACQUES VALLEE PASAPORTE A MAGONIA 139
pues, a cosa de 100 metros de altura sobre el campo. Asustado, la mujer, la cual, señalándose el vientre, sonrió, señaló después
Antonio quiso volver a su casa y empezó a accionar el disposi- al cielo y salió en seguimiento del hombre .
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tivo hidráulico de desenganche del arado. Pero el dispositivo no Regresaron entonces los captores de Antonio con las ropas de
funcionaba, y mientras Antonio trataba de hacerlo funcionar, el éste, y lo llevaron a una cámara en la que estaban sentados los
motor del tractor se paró. En aquel momento, el misterioso ob- demás miembros de la tripulación, que gruñían entre ellos. El
jeto descendió bruscamente y aterrizó a unos 20 metros del trac- testigo, que ya estaba seguro entonces de que no le harían nin-
tor. Antonio, aterrorizado, vio salir de la máquina a dos «perso- gún daño, se dedicó a examinar cuidadosamente lo que le rodeaba.
nas», que corrieron hacia él. Presa de pánico, saltó de su tractor Entre otras cosas —todas sus observaciones tienen un gran inte-
y trató de huir, pero los dos personajes (descritos ahora como rés—, observó una caja con tapa de vidrio que parecía un «reloj
«hombres») lo sujetaron por detrás. Tras una breve lucha, cua- despertador». Este «reloj» tenía una manecilla y varias señales
tro de aquellos hombres consiguieron arrastrarlo al interior de que corresponderían al 3, 6, 9 y 12 de un reloj ordinario. Pero
la máquina. Estos seres se comunicaban entre ellos mediante ba- como el tiempo pasaba y la manecilla no se movía, Antonio su-
jos gruñidos, distintos a cualquier sonido conocido por el testigo, puso que no se trataba de un reloj .
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diciendo únicamente de ellos que «no eran agudos ni demasiado El simbolismo que encierra esta observación de Villas Boas
bajos». A pesar de la resistencia que Antonio ofrecía, aquellos se- es claro. Nos recuerda a los cuentos de hadas que antes hemos
res lo desnudaron, le pasaron por todo el cuerpo una especie de citado, el país donde el tiempo no transcurre, y aquel gran poe-
esponja húmeda, y lo llevaron a otra cámara, haciéndole pasar ta que tenía en su habitación un gran reloj blanco sin manecillas
por una puerta que ostentaba extrañas letras. que ostentaba la inscripción: «Es más tarde de lo que supones.»
No es mi propósito repetir aquí todos los detalles de la ex- Lo que llama la atención es la cualidad poética que tienen estos
periencia por la que pasó Villas Boas. Estos ya han sido adecua- detalles en muchos relatos sobre OVNIS —a pesar del carácter
damente documentados, primero en la Flying Saucer Review por irracional o evidentemente absurdo de la historia— y que los
Fontes y Creighton, y posteriormente por los Lorenzen, que re- hacen tan parecidos a un sueño. Antonio debió de pensar lo mis-
producen en su totalidad el testimonio conseguido por Fontes y mo, pues se dijo que tenía que llevarse alguna prueba y trató de
J. Martins, junto con la opinión profesional del doctor Fontes des- robar el «reloj». Pero inmediatamente uno de los hombres lo apar-
pués de su examen médico del sujeto, en su obra Flying Saucer tó a un lado de un airado empellón. Este intento por hacerse con
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Occupants . Lo que me impulsa a incluir aquí este caso es la con- alguna prueba es un rasgo constante en los cuentos de hadas, y
clusión a que llega Fontes: que Villas Boas no es un desequili- no olvidemos tampoco que Betty Hill intentó convencer a sus cap-
brado mental y de que es sincero al referir su historia. Y ésta, tores de que le permitiesen llevarse un curioso «libro» que había
además, nos proporciona un vínculo con relatos como el de Ossián visto dentro de la máquina. Como en el incidente Villas Boas, los
y el problema general del contexto genético que pueda tener el tripulantes no quisieron darle la oportunidad de convencer al
mito de los OVNIS, y que será el tema de la próxima sección de mundo de la realidad de lo sucedido.
este mismo capítulo. Finalmente, uno de los hombres indicó a Antonio que le siguie-
Antonio permaneció solo en el segundo compartimiento duran- se a una plataforma circular. Entonces le hicieron dar una deta-
te un tiempo que a él le pareció muy largo. Cuando oyó un ruido llada vuelta a toda la máquina, lo condujeron a una escalerilla
en la puerta, se volvió y recibió una «impresión terrible»: la metálica y le ordenaron por señas que bajase por ella. Antonio
puerta se abrió para dejar paso a una mujer, tan desnuda como observó todos los detalles del despegue y su preparación, siguien-
él. Sus cabellos eran rubios, con raya en medio. Tenía los ojos do con la mirada al aparato cuando éste se elevó del suelo y se
azules, más alargados que redondos, y oblicuos hacia los lados. La alejó en cuestión de segundos. Comprobó que eran las 5,30 horas;
nariz era recta, y los pómulos, salientes. Tenía un rostro muy an- había pasado más de cuatro horas dentro de la extraña máquina.
cho, «más ancho que el de un nativo indio». Terminaba en un Es preciso observar que el testigo ofreció información sobre
mentón puntiagudo. Los labios eran casi invisibles de tan delga- el caso, sin entrar en detalles, en respuesta a un aviso que se pu-
dos. Las orejas, pequeñas, pero normales. Era mucho más baja blicó en un periódico dirigido a todos cuantos hubiesen visto OV-
que él; su cabeza sólo le llegaba al hombro. La mujercita se apre- NIS. Se mostró extremadamente reacio a comentar los aspectos
suró a indicarle de manera inequívoca cuál era el objeto de su más personales de este caso, y sólo los refirió respondiendo a las
visita. Poco después, entró un hombre, quien llamó por señas a insistentes preguntas de Fontes y Martins. Como Maurice Masse,