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como el oro y unos ojos glaucos como el mar. Para aumentar
Un día, Jerónima preparó una hogaza de pan y la llevó al
panadero para que la cociese. Una vez cocida, éste la llevó a su sus poderes de seducción, iba elegantemente vestido a la moda
casa, y al mismo tiempo le ofreció una gran oblea de forma pe- española. Además, seguía apareciéndosele incluso cuando ella se
culiarísima, hecha con mantequilla y pastas venecianas, como hallaba acompañada; rompía en quejas y suspiros, como hacen
las que emplean los reposteros de aquella ciudad. Ella no quiso los amantes, y le enviaba besos con la punta de los dedos. En
aceptarla, diciendo que no había preparado semejante dulce. una palabra, apelaba a todos los medios posibles de seducción
—Pero yo no he conocido hoy ningún pan más que el vuestro para obtener sus favores. Ünicamente ella lo veía y le oía; para
—repuso el panadero—. Sin duda esta oblea procede también todos los demás, era invisible.
de vuestra casa; probablemente os falla la memoria. Aquella excelente mujer se mantenía sin flaquear desde hacía
Dejóse convencer la buena señora, tomó la oblea y la comió varios meses, cuando el íncubo recurrió a una nueva clase de
en compañía de su marido, su hija de tres años y una joven treta.
sirvienta. Empezó por arrebatarle una cruz de plata que contenía sa-
Durante la noche siguiente, mientras se hallaba acostada con gradas reliquias y una bula papal de Pío V, que ella siempre
su marido y ambos dormían, la despertó una vocecita extraordi- llevaba consigo. Después le hurtó también anillos y otras alhajas
nariamente fina, que más bien parecía un agudo sonido sibilante. de oro y plata. Los robó sin tocar las cerraduras del joyero en que
La vocecita articuló claramente a su oído estas palabras; «¿Te las guardaba. Después empezó a golpearla cruelmente, y después
gustó el pastel?» Asustada, la buena señora se persignó e invocó de cada vapuleo aparecían en su cara, brazos u otras partes de
sucesivamente los nombres de Jesús y María. su cuerpo cardenales y magulladuras, que duraban uno o dos
—Nada temas —prosiguió la voz—. No te haré ningún daño. días y luego desaparecían de súbito, a diferencia de las contu-
Por el contrario, haría cualquier cosa por complacerte. Tu gran siones naturales, que se borran gradualmente.
belleza me ha cautivado y mi mayor deseo es gozar de tus A veces, mientras ella daba el pecho a su hija, él se la arre-
favores. bataba y se la llevaba al tejado, colocándola al borde del cana-
lón. Otras veces la escondía, pero nunca le causaba el menor
Al mismo tiempo, notó que alguien la besaba en la mejilla,
pero tan suave y gentilmente, que hubiera dicho que sólo le daño.
pasaban un suavísimo algodón por el rostro. Ella se resistió, También producía gran trastorno en la casa, haciendo peda-
sin responder palabra, limitándose a repetir incesantemente los zos en ocasiones la vajilla y otros objetos de loza. Pero en un
nombres de Jesús y María y hacer la señal de la cruz. Esta ten- abrir y cerrar de ojos les devolvía su forma original.
tación duró alrededor de media hora, y después de este tiempo Una noche, mientras ella permanecía acostada en el lecho
el tentador se alejó. con su marido, el íncubo se le apareció bajo su forma acos-
Por la mañana, la señora fue a ver a su confesor, hombre tumbrada y le exigió con tono imperativo que se entregase a él.
sabio y prudente, quien apeló a su acendrada fe y la exhortó a Ella se negó, como de costumbre. El íncubo se alejó furioso, y
continuar oponiendo tenaz resistencia, valiéndose de algunas san- al poco tiempo regresó con una enorme cantidad de esas piedras
tas reliquias. planas que los habitantes de Génova y de la Liguria en general
A las noches siguientes se repitieron las mismas tentaciones, emplean para techar sus casas. Con ellas construyó alrededor
con palabras y besos idénticos, que tropezaron con la misma de la cama un muro tan alto que casi llegaba al techo, y el
oposición por parte de la virtuosa dama. Por último, ella se matrimonio tuvo que pedir una escala de mano para poder salir
cansó de tan prolongada prueba, y, siguiendo el consejo de su de su encierro. Este muro fue edificado sin mortero. Una vez
confesor y otros sesudos varones, pidió que la examinasen ex- derribado, las piedras se amontonaron en un rincón, donde que-
pertos exorcistas, para que éstos decidiesen si estaba o no po- daron expuestas a la vista de todos. Pero al cabo de dos días
seída. Nada hallaron en ella los exorcistas que delatase la pre- desaparecieron.
sencia de malos espíritus. Bendijeron la casa, el dormitorio y El día de san Esteban, el marido de esta señora había invi-
la cama, ordenando al íncubo que cesase de importunar a la tado a varios militares amigos suyos a comer con él. Como de-
dama. Todo fue en vano; él continuó tentándola, fingiendo des- seaba agasajar a sus convidados, había dispuesto un opíparo fes-
fallecer de amor y rompiendo en desgarradores sollozos para des- tín. Mientras todos se lavaban las manos según prescribe la cos-
pertar la compasión de la dama. Pero con la ayuda de Dios, ésta tumbre, hete aquí que la mesa desapareció de pronto, junto
permaneció inconmovible. con los platos, los calderos, las fuentes y toda la vajilla de la
cocina, además de jarras, botellas y vasos. Imagínese cuál sería
Entonces el íncubo empleó una táctica distinta: se le apa-
reció bajo la figura de un muchachuelo o un hombrecillo de el asombro y la sorpresa de los invitados. Entre éstos, que eran
áureos y ensortijados cabellos, una barba rubia que brillaba ocho, se hallaba un capitán de infantería español que, atusándose