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144   JACQUES  VALLEE    PASAPORTE  A  MAGONIA               145


          como  el  oro  y  unos  ojos  glaucos  como  el  mar.  Para  aumentar
 Un  día,  Jerónima  preparó  una  hogaza  de  pan  y  la  llevó  al
 panadero  para  que  la  cociese.  Una  vez  cocida,  éste  la  llevó  a  su  sus  poderes  de  seducción,  iba  elegantemente  vestido  a  la  moda
 casa,  y  al  mismo  tiempo  le  ofreció una  gran  oblea  de  forma  pe-  española.  Además,  seguía  apareciéndosele  incluso  cuando  ella  se
 culiarísima,  hecha  con  mantequilla  y  pastas  venecianas,  como  hallaba  acompañada;  rompía  en  quejas  y  suspiros,  como  hacen
 las  que  emplean  los  reposteros  de  aquella  ciudad.  Ella  no  quiso  los  amantes,  y  le  enviaba  besos  con  la  punta  de  los  dedos.  En
 aceptarla,  diciendo  que  no  había  preparado  semejante  dulce.  una  palabra,  apelaba  a  todos  los  medios  posibles  de  seducción
 —Pero yo  no  he conocido  hoy ningún pan más que el vuestro   para  obtener  sus  favores.  Ünicamente  ella  lo  veía  y  le  oía;  para
 —repuso  el  panadero—.  Sin  duda  esta  oblea  procede  también  todos  los  demás,  era  invisible.
 de  vuestra  casa;  probablemente  os  falla  la  memoria.  Aquella  excelente  mujer  se  mantenía  sin  flaquear  desde  hacía
 Dejóse  convencer  la  buena  señora,  tomó  la  oblea  y  la  comió  varios  meses,  cuando  el  íncubo  recurrió  a  una  nueva  clase  de
 en  compañía  de  su  marido,  su  hija  de  tres  años  y  una  joven  treta.
 sirvienta.   Empezó  por  arrebatarle  una  cruz  de  plata  que  contenía  sa-
 Durante  la  noche  siguiente,  mientras  se  hallaba  acostada  con  gradas  reliquias  y  una  bula  papal  de  Pío  V,  que  ella  siempre
 su  marido  y  ambos  dormían,  la  despertó  una  vocecita  extraordi-  llevaba  consigo.  Después  le hurtó  también  anillos y otras  alhajas
 nariamente  fina, que más bien parecía un  agudo  sonido sibilante.   de oro y plata. Los robó sin tocar las cerraduras del joyero en que
 La  vocecita  articuló  claramente  a  su  oído  estas  palabras;  «¿Te  las  guardaba.  Después  empezó  a  golpearla  cruelmente, y  después
 gustó  el  pastel?»  Asustada,  la buena  señora  se persignó e  invocó  de  cada  vapuleo  aparecían  en  su  cara,  brazos  u  otras  partes  de
 sucesivamente  los  nombres  de  Jesús  y  María.  su  cuerpo  cardenales  y  magulladuras,  que  duraban  uno  o  dos
 —Nada  temas  —prosiguió  la  voz—.  No  te  haré  ningún  daño.  días  y  luego  desaparecían  de  súbito,  a  diferencia  de  las  contu-
 Por  el  contrario,  haría  cualquier  cosa  por  complacerte.  Tu  gran  siones  naturales,  que  se  borran  gradualmente.
 belleza  me  ha  cautivado  y  mi  mayor  deseo  es  gozar  de  tus  A  veces,  mientras  ella  daba  el  pecho  a  su hija,  él  se  la  arre-
 favores.   bataba  y  se  la  llevaba  al  tejado,  colocándola  al  borde  del  cana-
          lón.  Otras  veces  la  escondía,  pero  nunca  le  causaba  el  menor
 Al  mismo  tiempo,  notó  que  alguien  la  besaba  en  la  mejilla,
 pero  tan  suave  y  gentilmente,  que  hubiera  dicho  que  sólo  le  daño.
 pasaban  un  suavísimo  algodón  por  el  rostro.  Ella  se  resistió,  También  producía  gran  trastorno  en  la  casa,  haciendo  peda-
 sin  responder  palabra,  limitándose  a  repetir  incesantemente  los  zos  en  ocasiones  la  vajilla  y  otros  objetos  de  loza.  Pero  en  un
 nombres  de Jesús y  María y  hacer  la  señal  de  la  cruz.  Esta  ten-  abrir y  cerrar  de  ojos  les  devolvía  su  forma  original.
 tación  duró  alrededor  de  media  hora,  y  después  de  este  tiempo  Una  noche,  mientras  ella  permanecía  acostada  en  el  lecho
 el  tentador  se  alejó.  con  su  marido,  el  íncubo  se  le  apareció  bajo  su  forma  acos-
 Por  la  mañana,  la  señora  fue  a  ver  a  su  confesor,  hombre  tumbrada y  le  exigió  con  tono  imperativo  que  se  entregase  a  él.
 sabio  y  prudente,  quien  apeló  a  su  acendrada  fe  y  la  exhortó  a  Ella  se  negó,  como  de  costumbre.  El  íncubo  se  alejó  furioso,  y
 continuar  oponiendo  tenaz  resistencia,  valiéndose de  algunas  san-  al  poco  tiempo regresó  con una  enorme  cantidad  de  esas  piedras
 tas  reliquias.  planas  que  los  habitantes  de  Génova  y  de  la  Liguria  en  general
 A  las  noches  siguientes  se  repitieron  las  mismas  tentaciones,  emplean  para  techar  sus  casas.  Con  ellas  construyó  alrededor
 con  palabras  y  besos  idénticos,  que  tropezaron  con  la  misma  de  la  cama  un  muro  tan  alto  que  casi  llegaba  al  techo,  y  el
 oposición  por  parte  de  la  virtuosa  dama.  Por  último,  ella  se  matrimonio  tuvo  que  pedir una  escala  de  mano  para  poder  salir
 cansó  de  tan  prolongada  prueba,  y,  siguiendo  el  consejo  de  su  de  su  encierro.  Este  muro  fue  edificado  sin  mortero.  Una  vez
 confesor  y  otros  sesudos  varones,  pidió  que  la  examinasen  ex-  derribado,  las  piedras  se  amontonaron  en  un  rincón,  donde  que-
 pertos  exorcistas,  para  que  éstos  decidiesen  si  estaba  o  no  po-  daron  expuestas  a  la  vista  de  todos.  Pero  al  cabo  de  dos  días
 seída.  Nada  hallaron  en  ella  los  exorcistas  que  delatase  la  pre-  desaparecieron.
 sencia  de  malos  espíritus.  Bendijeron  la  casa,  el  dormitorio  y  El  día  de  san  Esteban,  el  marido  de  esta  señora  había  invi-
 la  cama,  ordenando  al  íncubo  que  cesase  de  importunar  a  la  tado  a  varios  militares  amigos  suyos  a  comer  con  él.  Como  de-
 dama.  Todo  fue  en  vano;  él  continuó  tentándola,  fingiendo  des-  seaba  agasajar a  sus  convidados,  había  dispuesto  un  opíparo  fes-
 fallecer de  amor y rompiendo en desgarradores  sollozos para  des-  tín. Mientras  todos  se  lavaban  las  manos  según  prescribe  la  cos-
 pertar la  compasión de  la dama.  Pero  con la  ayuda  de  Dios,  ésta  tumbre,  hete  aquí  que  la  mesa  desapareció  de  pronto,  junto
 permaneció  inconmovible.  con  los  platos,  los  calderos,  las  fuentes  y  toda  la  vajilla  de  la
           cocina,  además  de  jarras,  botellas  y  vasos.  Imagínese  cuál  sería
 Entonces  el  íncubo  empleó  una  táctica  distinta:  se  le  apa-
 reció  bajo  la  figura  de  un  muchachuelo  o  un  hombrecillo  de  el  asombro y  la  sorpresa  de  los  invitados.  Entre  éstos,  que  eran
 áureos  y  ensortijados  cabellos,  una  barba  rubia  que  brillaba  ocho, se hallaba un capitán de  infantería  español que, atusándose
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