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146   JACQUES VALLEE
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 el  bigote,  dijo  a  los  reunidos:  que,  al  ver  el  indecoroso  espectáculo,  se  apresuraron  a  despo-
 —Nada  temáis.  No  es  más  que  una  treta.  Aquí  había  una  jarse  de  sus  capas,  cubriendo  con  ellas  tan  bien  como  pudieron
 mesa,  y  aquí  debe  seguir.  Voy  a  encontrarla.  la  desnudez  de  la mujer.  Después  la  subieron  a  una  carroza y  la
 Después  de  decir esto,  dio  una  vuelta a  la  sala  con  los brazos   condujeron  a  su  casa.  En  cuanto  a  las  vestiduras  y  las  joyas  ro-
 tendidos,  intentando  sujetar  a  la  mesa.  Pero  después  de  dar  badas  por  el  íncubo,  éste  las  devolvió  seis  meses  después.
 varias  vueltas  de  esta  guisa,  los  demás  se  rieron  de  él  al  ver  En  fin,  para  abreviar,  aunque  podríamos  referir  otras  muchas
 que  sólo  abrazaba  el  aire.  Y  como  ya  había  pasado  la  hora  del  jugarretas  de  que  este  íncubo  la  hizo  víctima,  algunas  de  ellas
 ágape,  todos  fueron  en  busca  de  sus  capas  y  se  dirigieron  a  la  sorprendentemente  raras,  bástenos  con  decir  que  siguió  tentán-
 puerta.  Cuando  llegaban  a  ella  en  compañía  del  marido,  que  dola  durante  muchos  años,  hasta  que  por  último,  persuadido  de
 iba  cortésmente  a  despedirles,  oyeron  un  gran  estrépito  en  el  que  todos  sus  esfuerzos  eran  vanos,  renunció  a  estas  insólitas y
 comedor.  Fueron  a  ver  qué  había  sucedido,  y  la  sirvienta  vino  molestas  vejaciones.
 corriendo  para  decirles  que  la  cocina  estaba  llena  de  nuevas
 fuentes  abarrotadas  de  comida,  y  que  la  mesa  había  vuelto  a  En  su  calidad  de  teólogo,  el  padre  Sinistrari  se  sentía  tan
 aparecer  en  el  comedor.
       desconcertado  ante  informes  como  éste  como  la  mayoría  de  ufó-
       logos  contemporáneos  ante  el  caso  Villas  Boas.  Al  observar  que
 La  mesa,  en  efecto,  estaba  cubierta  de  manteles,  platos,  copas  los  textos  fundamentales  de  la  Iglesia  no  daban  una  opinión  clara
 y  vajilla  de  plata  que  no  eran  los  de  la  casa.  Y  había  también  sobre  estos  casos,  Sinistrari  se  preguntó  cómo  habría  que  juzgar-
 toda  suerte  de  preciosas  copas  colmadas  de  vinos  raros.  Asimis-  los  de  acuerdo  con  el  Derecho  Canónico.  Una  gran  parte  de  su
 mo,  en  la  cocina  había  nuevas  jarras  y  utensilios,  que  nunca  ha-  manuscrito  está  consagrada  a  un  examen  detallado  de  esta  cues-
 bían  sido  vistos  allí.  Y  como  los  invitados  estaban  hambrientos,  tión.  La  dama  del  ejemplo  que  antecede  no  permitió  al  íncubo
 se  sentaron  a  la  mesa  sin  hacer  remilgos  a  este  nuevo  banquete,  que  tuviese  comercio  carnal  con  ella.  Pero  existen  otros  muchos
 que  encontraron  muy  de  su  gusto.  Después  de  comer,  mientras  casos  en  los  archivos  eclesiásticos  (en  especial  actos  de  procesos
 se  hallaban  conversando  junto  a  la  chimenea,  todo  desapareció,  de  brujas),  en  que  hubo  tal  comercio.  Desde  el  punto  de  vista
 y  la  antigua  mesa  reapareció  con  la  primitiva  comida  intacta.  de  la  Iglesia  —dice  el padre  Sinistrari—,  son  varios  los  problemas
       que  se  plantean.  En  primer  lugar,  ¿cómo  es  posible  físicamente
       semejante  comercio?  En  segundo  lugar,  ¿en  qué  difiere  la  demo-
 Pero  no  es  extraño  que  nadie  tuviera  ya  apetito  después  de
 tan  magnífico  banquete...,  lo  cual  demuestra  que  los  platos  que  nialidad  de  la  bestialidad?  En  tercer  lugar,  ¿qué  pecado  cometen
 sustituyeron  a  los  originales  no  eran  imaginarios,  sino  autén-  los  que  realizan  tales  prácticas?  Y  en  cuarto  lugar,  ¿cuál  debe
 ticos.   ser  su  castigo?
 Como  la  persecución  ya  duraba  algunos  meses,  la  señora  de-  El primer autor que emplea el término  «demonialitas» es J.  Ca-
 cidió  consultar  al  beato  Bernardino  de  Felter,  cuyo  cuerpo  in-  ramuel,  en  su  Theologia  Fundamentalis.  Antes  de  este autor  espa-
 corrupto  se  venera  en  la  iglesia  de  San  Jaime,  situada  a  extra-  ñol,  no  se  distinguía  entre  demonialidad  y  bestialidad.  Todos  los
 muros  de  la  ciudad.  Al  mismo  tiempo  que  hizo  votos  de  llevar  23
 durante  todo  un  año  un  burdo  cilicio,  ceñido  por  un  cordón,  moralistas,  siguiendo  a  santo  Tomás  de  Aquino ,  entendían  por
 como  el  de  los  Hermanos  Menores  a  cuya  Orden  pertenecía  Ber-  bestialidad  «cualquier  clase  de  comercio  carnal  con  un  objeto  de
 nardino.  Ella  confiaba  que,  por  su  intercesión,  se  vería  libre  del  especie  distinta».  Así,  Cayetano,  en  sus  comentarios  a  santo  To-
 acoso  del  íncubo.  más,  coloca  la  cópula  con  el  demonio  en  la  clase  de  la  bestiali-
 Así  es  que  el  28  de  setiembre  —víspera  de  la  festividad  del  dad,  y  lo  mismo  hace  Silvestre  24  al  definir  luxuria,  y  Bonacina
 arcángel  san  Miguel  y  conmemoración  del  beato  Bernardino—  en  De  Matrimonio,  cuestión  4. *
 ella  se  puso  el  hábito  votivo.  A  la  mañana  siguiente,  festividad  Existe  aquí  una  delicada  distinción  teológica,  que  Sinistrari
 de  san  Miguel,  nuestra  afligida  señora  fue  a  la  iglesia  de  ese  debate  con  evidente  autoridad,  llegando  a  la  conclusión  de  que
 santo,  que  estaba,  como  ya  he  dicho,  en  su  propia  parroquia.  santo  Tomás  nunca  se  propuso  colocar  la  cópula  con  demonios
 Eran  alrededor  de  las  diez,  y  los  fieles  acudían  en  gran  multitud  dentro  de  su  definición  de  la  bestialidad.  Por  «especie  distinta»,
 a  oír  la  santa  misa.  Pero  apenas  la  pobre  mujer  había  puesto
 su  pie  en  el  interior  de  la  iglesia,  cuando  súbitamente  las  ropas  dice  Sinistrari,  el  santo  sólo  puede  referirse  a  especies  de  seres
 y  adornos  que  la  cubrían  cayeron  al  suelo  y  fueron  arrebatados
 por  el  viento,  dejándola  completamente  en  cueros.  Por  fortuna,  *  A  este  respecto,  la  observación  de  Villas  Boas  de  que  el  hecho  de  yacer
 sucedió que entre el gentío había dos  caballeros  de edad madura,   con  la  mujerclta  le  dio  la  impresión  de  que  lo  hacia  con  un  animal  a  causa  de  sus
       «gruñidos»,  es  verdaderamente  asombrosa.  2 5  N.  del  A.
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