Page 171 - Egipto TOMO 2
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170 PARTIDA PARA EL EGIPTO SUPERIOR
contribuye poderosamente á que el espectáculo que se disfruta desde el Mokattam, sea más
agradable que el que se alcanza desde los lugares en que ella misma se levanta. Mas ¿de qué
procede que sobre esta montaña de calcárea, completamente desnuda, las tintas del cielo y
del éter que rodea el desierto, las tierras cultivadas, el Xilo, la ciudad de los vivos y la de los
muertos nos parezcan, no sólo á nosotros, sino á otros muchos también, más soberbias, más
múltiples, más bellas, que desde la plataforma situada en las cercanías de la mezquita de
Mehemet-Alí?
Para regresar al Cairo cruzamos la amarilla arena del desierto á lo largo de mil sepulcros
de cien mausoleos que ostentan sus redondeadas cúpulas. ¡Cuánto tenia de solemne
y
y profundo el silencio que en otro tiempo reinaba en esta necrópoli! En otro tiempo
decimos, pues hoy cruzan su ámbito los trenes de la via férrea, y el estridente silbido
de las locomotoras turba la calma del cementerio. Antes de nuestra llegada á la ciudad,
ha lucido en el horizonte, en todo su esplendor, el astro de la noche, y llega á nuestros
oidos el aullar de los perros salvajes y de los chacales, y distinguimos en la penumbra
las aspas de los molinos de viento que, levantados sobre montones de escombros, semejan
gigantescos fantasmas agitándose en el vacío. Para que se vea lo que puede en este
pueblo la rutina y el apego que tiene á las cosas antiguas: dichos molinos fueron intro-
ducidos en Egipto por los franceses en los primeros años del presente siglo: pues bien;
estos habitantes han preferido á la muela movida por el viento, la imperfecta y rudimentaria
del molino á mano.
¡Y cuántas cosas, hace mucho tiempo conocidas por medio de los monumentos de
la antigüedad, no hemos encontrado en el puerto de Boulaq al cual nos hemos dirigido
á las primeras horas de la mañana! Los buques que proceden del Sud han conservado
su antigua disposición, de suerte que las dabijehs se diferencian muy poco de los barcos
que existían en la época de los faraones. Amarradas están al puerto unas tan cerca de
otras, que difícilmente puede comprenderse como han de separarse de las demás las
que se hallan prontas á hacerse á la vela. En medio de ellas distíngueme algunos
barcos de vapor: el mayor de todos sirve para remolcar á los otros; el más elegante
conducirá á Asman algún alto personaje, huésped del Jetife: viajeros á quienes no mueve
más sentimiento que el de la curiosidad embárcame en el tercero: el cuarto conduce
un cargamento de azúcar, y Mariette se servirá del quinto para hacer una visita al
Egipto superior.
El Xilo, que no viene crecido, llena su cauce hasta el nivel de las orillas, y por consi-
guiente el comercio se halla en plena actividad. Entran en el puerto numerosos buques,
y al propio tiempo una veintena de ellos aguardan para salir á que sople un viento
favorable. En el muelle pulula un verdadero enjambre de marineros, pilotos y merca-
deres del Cairo; de felahes, de nubios, de negros, de camelleros, de borriqueros con sus
respectivas bestias; de comerciantes y de mendigos. Numerosos capitanes vense reunidos
en derredor de un rico comerciante del Cairo, que se ha dirigido al rio en su busca, y