Page 301 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
Los dos hemos reído, porque este juego de acertar la continuación de un poema nos
divierte de un modo extraordinario.
Los pétalos de la rosa amarilla, desde los papeles, han resbalado al suelo.
Hoy he encargado a dos joyeros de Granada, si es que todavía responden a la
tradición que los hizo famosos, que hagan para Moraima un collar y un pectoral. Deseo que
el primero esté compuesto de menudas flores con esmeraldas y rubíes: esas que aquí
llaman flores del pajarito. El pectoral quiero que reúna —por sus destellos, ya que no por su
olor— todo el jardín. Me proponía entregarle el obsequio el día del parto; pero no voy a
resistir: se lo daré en cuanto me lo traigan. Ya estoy impaciente por ceñirlo a su cuello, y por
presenciar la infantil manifestación de su agradecimiento y su deleite; seguramente
palmoteará.
Ayer le pregunté si recordaba una primavera tan generosa con nosotros.
—Conmigo, no —me respondió—.
Ahora tú estás a mi lado todo el día y todos los días. Cada minuto junto a ti me es más
precioso que la menuda estrella embalsamada de los jazmines.
La besé muy despacio a la sombra de los redondos algarrobos y, casi vencida ya la
tarde, ofreciéndole una copa, le recité:
“Bebe a traguitos el vino, en tanto sea dulce la brisa y tremole como una bandera la
húmeda sombra.
La flor es un ojo que acaba de despertar y llora; la acequia, una boca que sonríe con
dientes fulgurantes.”
Ella, bebiendo de un trago su copa, prosiguió envanecida:
“El jardín, para mostrar su bienestar, agita sus mantos esmaltados lo mismo que un
borracho que, doblado por el viento, se inclina a punto de caer.”
Por fin, los dos a la vez concluimos riendo a carcajadas:
“Esta mañana el rocío plateó el cutis del jardín; el atardecer ha venido con esmero a
dorárselo.”
No le cuento a Moraima que, ciertas noches, mi sueño se colma de terrores, que no
quiero luego ni recordar ni referir. Serán la secuela de tantas persecuciones y amenazas; el
fiero e imborrable reato de los pecados que no tengo la certeza de haber cometido.
Al amanecer, con el agua de la primera ablución me lavo de ellos; pero es más
costoso borrar su huella que la huella de un crimen.
A mis hijos los introduce y educa en nuestra poesía, que tiene un sentido tan lato y
abarca tantas enseñanzas, el mismo que a mí me formó, El Okailí. Me produce la impresión
de ser más bajo que hace veinte años; quizá es que yo he crecido. Lo evidente es que ha
engordado mucho; si se le midiese con imparcialidad, se comprobaría que se ha vuelto
apaisado. Su pasión por las sortijas no ha remitido, sin embargo; yo le habré regalado dos o
tres por año, y cambia de ellas no sólo cada día, sino casi cada hora.
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