Page 104 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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—Tienen razón, Moses —dijo Ruark—. Es un viejo ardid indio. Imitar la

               voz de un camarada herido para atraerte a su trampa. —Se pasó el pulgar por
               la  garganta  con  una  floritura  exagerada—.  Ya  deberías  saberlo,  chaval.  El
               chico está muerto.
                    —Fijaos en toda esa sangre —señaló Stevens.

                    Bane se metió un trozo de tabaco en la boca y lo masticó con los ojos
               cerrados. Tenía la piel blanca como el papel y sus párpados aleteaban como
               los  de  quien  está  atrapado  en  un  sueño  espantoso.  Recordaba  a  aquellas
               fotografías de forajidos sin vida que, encerrados en sus ataúdes abiertos, se

               exhibían en los tablones de anuncios fronterizos. Lanzó un salivazo.
                    —Eh, a mí no me miréis. Todavía estoy vivito y coleando.
                    «Ayudadme.  Ayudadme».  Los  cuatro  se  quedaron  paralizados  como
               criaturas  del  bosque,  con  la  cabeza  inclinada  en  dirección  a  los  gritos

               apagados, la fría, glacial corriente de aire.
                    —No es él —repitió Stevens, más para sí mismo que para los demás.
                    Bane  se  puso  de  pie  y  se  apoyó  en  la  pared.  El  cañón  de  su  Rigby
               acariciaba la arena. Asintió en dirección a Ruark.

                    —¿Vienes?
                    Ruark escupió. Levantó el farol portátil y encabezó la comitiva.
                    —Vale, muchachos —dijo Bane—. Andaos con cuidado. —Se tocó el ala
               del  sombrero  y  partió  renqueando  en  pos  de  su  camarada.  Sus  sombras  se

               mecían  y  cabriolaban,  y  su  luz  empequeñeció,  absorbida  por  la  montaña,
               hasta perderse de vista.
                    Los demás se quedaron un buen rato sentados en la oscuridad, atentos al
               menor sonido. Miller oyó la insinuación de una carcajada, un fragmento de

               John Brown’s Body interpretado por Bane, y por último, el silbido del viento
               en las rocas.
                    —Bah, qué diablos —dijo Stevens cuando el silencio que mediaba entre
               ellos amenazaba ya con eternizarse—. Así que estuviste en la guerra.

                    —¿Tú no?
                    —Nah. Mi padre trabajaba en correos. Me arregló la ficha para que no me
               llamaran a filas.
                    —Ojalá se me hubiera ocurrido a mí algo así —dijo Miller.

                    —Has visto lo peor de lo peor. ¿Tenemos alguna posibilidad de salir de
               esta con el pellejo intacto?
                    —Ni la más remota.
                    Se produjo otra pausa interminable.







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