Page 43 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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Nos vimos en el Motel 6, en El Cajón, y la puse entera antes de entregarle

               el  dinero.  Se  sentó  de  espaldas  al  televisor  mientras  yo  veía  la  cinta,  la
               rebobinaba y la veía de nuevo.
                    —¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó retorciéndose las manos y
               observando con nerviosismo las pesadas cortinas. Las había echado después

               de conectar el reproductor de vídeo alquilado que había traído conmigo, pero
               una fina franja de luz del atardecer se colaba entre ellas y le dividía el rostro
               por  la  mitad—.  Por  Dios,  tío,  ¿te  crees  que  no  va  a  salir  exactamente  lo
               mismo todas las veces? ¿Crees que si sigues poniéndola una y otra vez será

               distinto?
                    He visto la cinta más veces de las que soy capaz de contar, cientos, por lo
               menos, y sigo creyendo que esa es una muy buena pregunta.
                    —¿Entonces por qué no lo sacó el Instituto de Investigaciones del Acuario

               de  la  Bahía  de  Monterey?  —le  pregunté  al  chico,  y  él  se  rio  y  sacudió  la
               cabeza.
                    —¿Tú qué coño crees? —respondió.
                    Se llevó mi dinero, me volvió a recordar que nunca nos habíamos visto y

               que  él  lo  negaría  todo  si  yo  trataba  de  señalarlo  como  mi  fuente.  Después
               volvió a su microbús Volkswagen y se marchó, dejándome allí sentado con
               una  hora  y  media  de  vídeo  en  color  sin  editar  grabado  en  algún  lugar  del
               fondo del cañón de Monterey. Todo lo que había visto la cámara de estribor

               del ROV Tiburón II (la unidad de cámara de movimiento vertical y horizontal
               no funcionaba bien ese día) a treinta kilómetros al interior y tres kilómetros de
               profundidad. Y entendí desde el principio que aquello iba a ser lo más cerca
               que  estaría  de  una  respuesta,  y  también  que  solo  era  un  tipo  de  pregunta

               diferente y mucho más terrible.
                    Anoche me emborraché, más de lo habitual, mucho más de lo habitual, y
               volví a ver la cinta por primera vez en casi un mes. Pero le quité el sonido al
               televisor y dejé las luces encendidas.

                    Hasta borracho sigo siendo un cobarde.
                    Las seis luces HMI de cuatrocientos ochenta vatios del ROV iluminaron
               por completo el fondo oceánico y mostraron una alfombra aterciopelada de
               sedimento marrón grisáceo arrastrado desde las zonas pantanosas de Elkhorn

               Slough y otros cenagales y ríos que desembocan en la bahía. E incluso a esa
               profundidad  hay  señales  de  vida:  ofiuras  y  cangrejos  que  se  aferran  a  las
               piedras color mierda, esponjas y pepinos de mar, los cuerpos sinuosos y lisos
               de  los  granaderos  de  ojos  saltones.  Aquí  y  allá,  afloramientos  oscuros

               sobresalen del rezume como el hueso de la piel putrefacta de un leproso.




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