Page 40 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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algas  balanceándose  adelante  y  atrás  por  sus  facciones.  Me  sorprende

               reconocerla,  porque  solo  he  visto  su  rostro  en  televisión,  fotografías  de
               revistas y en la sobrecubierta del libro que escribió antes de perder el trabajo
               en Berkeley. Vuelve la cara y me sonríe, con la familiaridad con la que se
               sonríe  a  un  amigo,  de  la  misma  manera  en  que  sonreirías  a  alguien  al  que

               conoces de toda la vida.
                    —Tienes  suerte  —dice—.  Ya  casi  es  hora  de  que  den  de  comer  a  los
               peces.  —Y  Jacova  Angevine  da  unos  golpecitos  en  el  banco,  junto  a  ella,
               indicándome que me siente.

                    —Leí  tu  libro  —le  digo,  mientras  tomo  asiento,  porque  aún  estoy
               demasiado sorprendido para hacer nada más.
                    —¿Sí?  ¿De  verdad?  —Ahora  parece  que  no  me  cree,  como  si  solo
               estuviera diciendo que lo he leído para ser educado, y de su expresión infiero

               que piensa que es un poco raro, que nadie se molestaría nunca en tratar de
               adularla.
                    —Sí  —le  aseguro,  esforzándome  demasiado  en  sonar  sincero—.  De
               verdad que lo leí. De hecho, leí algunas partes dos veces.

                    —¿Y por qué?
                    —¿Con sinceridad?
                    —Sí, con sinceridad.
                    Tiene los ojos del mismo color que el agua atrapada detrás de los gruesos

               cristales del acuario, el color de la luz en noviembre filtrada a través del agua
               salada y de láminas de algas. En las comisuras de los labios y bajo los ojos
               tiene arrugas que le hacen parecer algunos años mayor de lo que es.
                    —El verano pasado volé de Nueva York a Londres y tuve tres horas de

               escala en Shannon. Tu libro era lo único que me había llevado para leer.
                    —Qué  horror  —dice,  aún  sonriente,  y  se  vuelve  para  mirar  el  enorme
               tanque de nuevo—. ¿Quieres que te devuelvan el dinero?
                    —Fue un regalo —respondo, aunque no es cierto y no tengo ni idea de por

               qué estoy mintiendo—. Una exnovia me lo regaló por mi cumpleaños.
                    —¿Y por eso la dejaste?
                    —No, la dejé porque ella pensaba que yo bebía demasiado y yo pensaba
               que ella bebía demasiado poco.

                    —¿Eres  alcohólico?  —pregunta  Jacova  Angevine,  con  la  misma
               normalidad que si me preguntara si prefiero tomar el café solo o con leche.
                    —Bueno, hay quien piensa que voy por ese camino —respondo—. Pero sí
               que disfruté el libro, de verdad. Resulta difícil de creer que te despidieran por

               escribirlo. O sea, que despidan a la gente por escribir libros. —Pero sé que




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