Page 42 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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Esa mañana me levanté de un largo sueño de tormentas y ahogamientos y me
quedé tumbado en la cama, muy quieto, calibrando la magnitud de la resaca y
con la vista fija en el techo combado con humedades de la habitación del
motel. Y por fin asumí que esto no va a ser lo que el periódico me ha
contratado para escribir. Ya ni siquiera creo que siga tratando de escribir para
ellos. Quieren la basura, por supuesto, y yo nunca me he cortado a la hora de
escarbar. Me he pasado los últimos veinte años como pala de alquiler. No
creo que importe que tal vez amara a Jacova o que parte de esta basura sea
mía. No voy a fingir que actúo por nobleza de espíritu, ni por lealtad, ni que
me mueve una preocupación egoísta y tardía por mi inmunda reputación.
Escribiría exactamente lo que quieren que escriba si fuera capaz. Si supiera
cómo. Necesito el dinero. Llevo cinco meses sin trabajar y ya casi no me
quedan ahorros.
Pero si no estoy escribiendo para ellos, si he abandonado la esperanza de
recibir un cheque cuando termine con esto, entonces ¿por qué demonios sigo
aquí tecleando? ¿Acaso estoy haciendo una confesión? ¿Perdóname Padre
porque no puedo olvidar? ¿Acaso creo que es algo que pueda vomitar, como
la acidez de estómago de una barriga llena de whisky, que escribirlo hará que
desaparezcan las pesadillas o que los días sean más fáciles? Espero
sinceramente no ser tan estúpido. Puede que sea muchas otras cosas, pero me
gusta pensar que no soy un imbécil.
No sé por qué estoy escribiendo esto, sea cual sea el resultado. Quizá no
se trate más que de una prolija nota de suicidio.
Anoche volví a ver la cinta.
Tengo las tres versiones: el corte que sigue propagándose por toda
internet, el que termina justo después de que el ROV fuese golpeado, antes de
que volvieran las luces; el que el Instituto de Investigaciones del Acuario de
la Bahía de Monterey presentó a la prensa y a la comunidad científica en
respuesta a la versión que circulaba por internet; y tengo las imágenes «en
crudo», la copia que le compré a un técnico de robótica que aseguraba haber
estado a bordo del R/V Western Flyer el día en que ocurrió el incidente. Le
pagué dos mil dólares por ella y el chaval juró que era auténtica y que estaba
completa. Sabía que no era la primera persona a la que le había vendido la
cinta. Un contacto en el Departamento de Química de la Universidad de
California en Irvine me había hablado de ella. Nunca supe con seguridad
cómo se había enterado de la existencia de la cinta, pero supuse que el técnico
estaba sacando un buen pellizco pasando su contrabando a cualquiera que
soltara la pasta.
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