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estaba bien. Como ella a su vez le devolvió el saludo, experimentó un súbito
                arrebato de optimismo... y esperanza.
                   Le volvió la espalda y se tendió contra el pavimento tratando de distribuir su
                peso del modo más parejo posible, como se hace sobre el hielo frágil. Alargó la
                mano para coger a Bev. Ella se tomó de sus muñecas y, con el último resto de sus
                fuerzas, Bill tiró, hacia arriba. El sol, que había vuelto a ocultarse, asomó tras un
                montón de nubes aborregadas y les devolvió sus sombras. Beverly levantó la
                vista, sobresaltada, y se encontró con los ojos de Bill. Sonrió.
                   --Te amo, Bill -dijo-. Y ruego a Dios que ella se reponga.
                   --Gra-gra-gracias, Bevvie.
                   La suave sonrisa de Bill hizo que a los ojos de ella afloraran las lágrimas. Él la
                abrazó. La pequeña multitud reunida tras la barrera rompió en un aplauso mientras
                un fotógrafo del "Derry News" tomaba una instantánea. Apareció en la edición del
                1 de junio, impresa en Bangor a causa de los daños que el agua había hecho en
                las prensas del "News". El epígrafe era muy sencillo, pero tan cierto que Bill
                recortó la ilustración y la guardó en su billetera por muchos años:
                ""Sobrevivientes"", ponía, y no hacía falta más.
                   En Derry faltaban seis minutos para las once de la mañana.



                   7. Derry, el mismo día, más tarde.


                   El pasillo acristalado entre la biblioteca infantil y la de adultos había estallado a
                las 10.30. A las 10.33, la lluvia cesó. No fue amainando poco a poco: cesó de
                pronto, como si Alguien, Allá Arriba, hubiera cerrado el grifo. El viento ya había
                empezado a amainar, y paró en tan poco tiempo que la gente se miró con
                inquietud llena de superstición. El ruido fue como el de los motores de un 747, una
                vez posado en tierra. El sol asomó por primera vez a las 10.45. A media tarde, las
                nubes se habían retirado por completo y la tarde resultó despejada y calurosa.
                Hacia las tres y media de la tarde, el mercurio del termómetro ante la puerta de
                Rosa de Segunda Mano, marcaba 28 grados, la temperatura más alta de la
                temporada. Los peatones recorrían las calles como zombis, sin hablar mucho. Las
                expresiones de todos eran notablemente parecidas: una especie de estúpido
                asombro que habría resultado divertido si no hubiera sido francamente lastimoso.
                Al anochecer llegaron a Derry periodistas de las grandes cadenas de televisión.
                Esos periodistas harían comprender a la gente cierta versión de la verdad y la
                tornarían real... aunque algunos habrían sugerido que la realidad es un concepto
                bastante indigno de confianza, quizá no más sólido que un trozo de lona extendido
                sobre cables entrecruzados como hebras de telaraña. A la mañana siguiente,
                Bryant Gumble y Willard Scott, del programa "Today", visitarían Derry. En el
                transcurso del programa Gumble entrevistaría a Andrew Keene. "La torre-depósito
                se estrelló y rodó por la colina -dijo Andrew-. Fue una locura, ¿me entiende?
                Como para que Steven Spielberg se muriera de envidia, ¿sabe? Oiga, por
                televisión uno se imagina que usted es mucho más corpulento." Al verse a sí
                mismos y a sus vecinos por televisión, la cosa cobraría realidad. Eso les
                proporcionaría un sitio desde el cual aprender esa cosa terrible, inaprehensible.
                Había sido una "Tormenta anormal". En los días siguientes, "El número de
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