Page 113 - La sangre manda
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entrado en vena al fijar la atención en el ejecutivo, ni le importa. A veces
ocurre así, sin más. El hecho mismo de entrar en vena se convierte en una
narración. Imagina al ejecutivo de vacaciones en uno de esos lugares donde te
ponen una sombrillita rosa en la copa. Quizá esté con su mujer, o quizá sea su
secretaria, una rubia ceniza con un biquini de color turquesa. Y eso es lo que
oyen. Ese es el batería que calienta para el bolo de la noche antes de que se
enciendan las antorchas polinesias.
Cree que el ejecutivo pasará de largo camino de su hotel de ejecutivo; las
probabilidades de que alimente el Sombrero Mágico son algo así como entre
escasas y nulas. Cuando se vaya, Jared pasará a otro tema, dejará descansar el
cencerro, pero de momento ese compás es el correcto.
Sin embargo, el ejecutivo, en lugar de seguir adelante, se detiene. Sonríe.
Jared le devuelve la sonrisa y señala con el mentón la chistera colocada en el
suelo, sin perder un compás. El ejecutivo no parece fijarse en él, ni alimenta
el sombrero. Deja el maletín entre sus zapatos negros de ejecutivo y empieza
a mover la cadera de un lado a otro, al compás. Solo la cadera: todo lo demás
sigue quieto. Con cara de póquer, parece tener la mirada fija en algún punto
que se encuentra por encima de la cabeza de Jared.
—Dale caña, tío —anima un joven, y echa unas monedas al sombrero. Por
el ejecutivo con su suave contoneo, no por el compás, pero bien está que así
sea.
Jared acomete el charles con golpes rápidos y suaves, rozándolo, casi
acariciándolo. Con la otra mano, marca el tiempo débil con el cencerro y
utiliza el pedal para añadir un ligero fondo. Queda bien. El tío del traje gris
parece un banquero, pero ese contoneo se las trae. Levanta una mano y
comienza a mover el dedo índice al compás. En el dorso de la mano tiene una
pequeña cicatriz en forma de media luna.
Chuck oye el cambio de ritmo, que adquiere un tono algo más exótico, y está
a punto de volver en sí y alejarse. Pero de pronto piensa: y una mierda, no hay
ninguna ley que prohíba bailar un poco en la acera. Se aparta del maletín para
no tropezar; luego se lleva las manos a las caderas en movimiento y, girando
como en un paso de jive en el sentido de las agujas del reloj, da media vuelta.
Es lo que hacía en sus tiempos, cuando la banda tocaba «Satisfaction» o
«Walking the Dog». Alguien se ríe, otro aplaude, y él vuelve a girar en
dirección contraria, con lo que se le agita el faldón de la chaqueta. Se acuerda
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