Page 30 - La sangre manda
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cataclismo económico. Diría que ya está aquí. Un cataclismo que cambiará

               nuestra manera de recibir la información, por qué medios, y a partir de ahí
               nuestra  forma  de  ver  el  mundo.  —Guardó  silencio  un  momento—.  Y  de
               enfrentarnos a él, claro.
                    —Me he perdido —dije.

                    —Plantéatelo de este modo: si tienes un cachorro, habrás de enseñarle a
               hacer sus cosas fuera, ¿no?
                    —Sí.
                    —Si tuvieras un cachorro que no ha aprendido a hacer sus cosas fuera de

               casa, ¿le darías un premio por cagar en el salón?
                    —Claro que no —contesté.
                    Él asintió.
                    —Sería enseñarle justo lo contrario de lo que querías que aprendiese. En

               lo  que  se  refiere  al  comercio,  Craig,  la  mayoría  de  las  personas  son  como
               cachorros sin educar.
                    No  me  acabó  de  gustar  aquel  símil,  ni  me  gusta  hoy  —creo  que  dice
               mucho sobre cómo amasó su fortuna el señor Harrigan—, pero mantuve la

               boca cerrada. Veía al señor Harrigan desde una nueva perspectiva. Era como
               un  viejo  explorador  en  un  nuevo  viaje  de  descubrimiento,  y  escucharlo
               resultaba fascinante. Tampoco creo que en realidad intentara enseñarme nada.
               Él mismo estaba aprendiendo y, para ser un hombre de más de ochenta años,

               aprendía deprisa.
                    —Una  cosa  son  las  muestras  gratuitas,  pero  si  ofreces  a  la  gente
               demasiadas cosas de balde, ya sea ropa, comida o información, al final es eso
               lo que esperan. Como un cachorro que hace sus cosas en el suelo, luego te

               mira  a  los  ojos  y  lo  que  piensa  es:  «Tú  me  has  enseñado  que  esto  estaba
               bien».  Si  yo  fuera  el  Wall  Street  Journal…  o  el  Times…  o  incluso  el
               condenado Readers Digest… este chisme me daría miedo. —Volvió a coger
               el iPhone; daba la impresión de que no podía dejarlo quieto—. Es como una

               cañería  rota  que  pierde  información  en  lugar  de  agua.  Yo  pensaba  que
               hablábamos de un simple teléfono, pero ahora veo… o empiezo a ver…
                    Sacudió la cabeza, como para despejársela.
                    —Craig, ¿y si alguien con información patentada sobre nuevos fármacos

               en  desarrollo  decidiera  introducir  los  resultados  de  los  ensayos  en  este
               artefacto para que cualquiera los leyese? Podría costar millones de dólares a
               Upjohn o Unichem. ¿Y si un funcionario desafecto decidiera difundir secretos
               oficiales?

                    —¿No los detendría la policía?




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