Page 35 - La sangre manda
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Elm, entre los veteranos de la Guerra de Secesión, y no tengo que hacer valer

               la  jerarquía  o  sobornar  a  algún  superintendente  de  tumbas  para  que  me
               consiga un lugar de sepultura agradable. ¿Te sirve eso de explicación?
                    Sí y no. Él era un misterio para mí, hasta el final e incluso después. Pero
               quizá eso pueda aplicarse a todo el mundo. Pienso que en esencia vivimos

               solos. Por decisión propia, como en su caso, o sencillamente porque así es la
               vida.
                    —Más o menos —contesté—. Es una suerte que no se fuera a Dakota del
               Norte. Me alegro de eso.

                    Sonrió.
                    —Yo también. Coge otra galleta para comértela de camino a casa y saluda
               a tu padre de mi parte.





               Con una base tributaria en descenso que ya no alcanzaba para mantenerlo, el
               pequeño colegio de seis aulas de Harlow cerró en junio de 2009, y me vi ante
               la perspectiva de cursar octavo en la escuela de enseñanza media de Gates

               Falls, en la otra orilla del río Androscoggin, con más de setenta alumnos por
               clase  en  lugar  de  solo  doce.  Ese  fue  el  verano  que  besé  a  una  chica  por
               primera vez, no a Margie, sino a su amiga Regina. Fue también el verano que
               murió el señor Harrigan. Fui yo quien lo encontró.

                    Sabía que le costaba cada vez más moverse, y que se quedaba sin aliento
               más a menudo, por lo que en ocasiones se veía obligado a inhalar oxígeno de
               la  botella  que  para  entonces  mantenía  al  lado  de  su  sillón  preferido,  pero,
               aparte de esas cosas, que yo aceptaba sin más, no hubo ningún aviso. El día

               anterior fue como cualquier otro. Leí un par de capítulos de Avaricia (había
               preguntado al señor Harrigan si podíamos leer otro libro de Frank Norris, y
               accedió) y regué las plantas de interior mientras él revisaba sus e-mails.
                    Alzó la vista para mirarme.

                    —La gente se está dando cuenta —dijo.
                    —¿De qué?
                    Sostuvo en alto el teléfono.
                    —De  esto.  De  lo  que  significa  realmente.  De  lo  que  puede  hacer.

               Arquímedes dijo: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». He aquí
               ese punto de apoyo.
                    —Guay —contesté.
                    —Acabo de borrar tres anuncios de distintos productos y casi una docena

               de mensajes de propaganda política en busca de donaciones. No me cabe duda




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