Page 31 - La sangre manda
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—Puede ser. Probablemente. Pero en cuanto se levanta la liebre, como
suele decirse…, ay, ay, ay. En fin, dejémoslo. Mejor será que te vayas a casa
o llegarás tarde a la cena.
—Sí, me voy ya.
—Otra vez gracias por el regalo. Seguramente no lo usaré mucho, pero
me propongo pensar en él. En la medida de mis posibilidades, al menos. Ya
no tengo la sesera tan ágil como antes.
—A mí me parece que la tiene aún ágil de sobra —dije, y no era solo por
darle coba. ¿Por qué no salían anuncios junto con los artículos o los vídeos de
YouTube? La gente los vería, ¿no?—. Además, según mi padre, la intención
es lo que cuenta.
—Un aforismo muy citado pero poco respetado —contestó. Al ver mi
expresión de perplejidad, añadió—: Da igual. Hasta mañana, Craig.
Mientras bajaba de vuelta a casa, pateando terrones de nieve de la última
nevada de ese año, pensé en lo que el señor Harrigan acababa de decir: que
internet era como una cañería rota que perdía información en lugar de agua.
Eso era válido asimismo para el portátil de mi padre, y los ordenadores del
colegio, y los de todo el país. Los de todo el mundo, de hecho. Pese a que
para él el iPhone era tan nuevo que apenas sabía encenderlo, ya comprendía la
necesidad de arreglar la fuga en esa tubería si se quería que los negocios —al
menos como él los conocía— siguieran funcionando como siempre. No estoy
seguro, pero creo que vaticinó la aparición de los muros de pago uno o dos
años antes de que el término se acuñara siquiera. Yo desde luego por entonces
no lo conocía, como tampoco conocía la forma de sortear las operaciones
restringidas, lo que acabó conociéndose como jailbreaking. Los muros de
pago llegaron, pero para entonces la gente ya se había acostumbrado a recibir
contenidos gratis y les molestó verse obligados a aflojar la mosca. La gente
que se encontró con el muro de pago del New York Times pasó a otras webs
como la CNN o el Huffington Post (generalmente de mala gana), pese a que la
información no era de igual calidad. (A menos, claro está, que uno deseara
conocer los detalles de una nueva moda conocida como «escote lateral»). El
señor Harrigan tenía toda la razón al respecto.
Esa noche, después de la cena, una vez lavados y guardados los platos, mi
padre abrió el portátil en la mesa.
—He encontrado una web nueva —dijo—. Se llama previews.com, donde
pueden verse los próximos estrenos.
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