Page 80 - La sangre manda
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embistió con su coche. Eran buenas personas; ella me prestó ayuda cuando la

               necesitaba, y ese hombre no ha recibido su merecido. Creo que eso es todo.
                    Solo que no lo era. Disponía al menos de alrededor de treinta segundos de
               mensaje, y no los había aprovechado todos. Así que dije el resto, la verdad,
               bajando aún más la voz, hasta hablar casi en un gruñido:

                    —Ojalá estuviera muerto.




               Ahora trabajo para el Times Union, un periódico local que abarca Albany y

               alrededores.  Me  pagan  una  miseria,  probablemente  podría  ganar  más
               escribiendo para BuzzFeed o TMZ, pero tengo el colchón del fideicomiso, y
               me gusta trabajar para un periódico de verdad, pese a que hoy día la mayor
               parte de la acción transcurre en línea. Digamos que soy anticuado.

                    Había entablado amistad con Frank Jefferson, el experto en tecnología de
               la información del periódico, y una noche, mientras tomábamos unas cervezas
               en  el  Madison  Pour  House,  le  conté  que  en  otro  tiempo  había  logrado
               comunicarme con el buzón de voz de un muerto…, pero solo si lo llamaba

               desde el móvil viejo que tenía cuando ese hombre aún vivía. Pregunté a Frank
               si alguna vez había oído algo semejante.
                    —No —contestó—, pero sería posible.
                    —¿Cómo?

                    —Ni  idea,  pero  los  primeros  ordenadores  y  móviles  presentaban  toda
               clase de fallos raros. Algunos son legendarios.
                    —¿Los iPhone también?
                    —Esos  especialmente  —dijo,  y  echó  un  trago  de  cerveza—.  Porque  la

               producción fue muy precipitada. Steve Jobs nunca lo habría reconocido, pero
               a la gente de Apple la aterrorizaba la posibilidad de que al cabo de un par de
               años, quizá solo uno, Blackberry dominara por completo el mercado. Algunos
               de aquellos primeros iPhone se bloqueaban cada vez que pulsabas la letra ele.

               Podías enviar un e-mail y navegar por la red, pero si intentabas navegar por la
               red y luego mandar un e-mail, a veces el teléfono se colgaba.
                    —De hecho, a mí me pasó un par de veces —dije—. Tuve que reiniciar.
                    —Ya.  Pasaban  muchas  cosas  de  ese  estilo.  En  cuanto  a  lo  tuyo…

               Supongo  que  el  mensaje  de  ese  hombre  se  quedó  atascado  en  el  software,
               igual que un trozo de cartílago puede quedarse entre los dientes. Digamos que
               es como un fantasma dentro del aparato.
                    —Sí —convine—, pero no un fantasma santo.

                    —¿Eh?




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